jueves, 5 de septiembre de 2013

La musa aprende a escribir. Eric A. Havelock.

Eric. A. Havelock durante su estancia en Yale.
Fuente: Wikipedia.
Eric A. Havelock (1903-1988) fue un filólogo clásico británico que desarrolló su carrera fundamentalmente en universidades de Canadá (Toronto) y los Estados Unidos (Harvard y Yale). Entre sus obras destacan Prefacio a Platón y la obra que vamos a analizar a continuación: La musa aprende a escribir. En esta obra, Havelock trata de hacer llevar el interés despertado por la oralidad a partir del éxito de la obra de McLuhan Galaxia Gutemberg más allá de la imprenta, para retrotraerlo a lo que considera el verdadero punto de inflexión de esta cuestión: el mundo griego.
Datos sobre la edición que vamos a utilizar: HAVELOCK, E. (1996): La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente. Barcelona. Paidós.

Capítulo 1. Programa de investigación.
En este libro el autor se dispone a recoger en un único estudio una serie de investigaciones dispersas acerca de la por el denominada «revolución alfabética griega», esto es, la crisis que se produjo en la historia de la comunicación humana cuando el pueblo griego pasó desde la oralidad hasta la escritura. A lo largo de todo este capítulo Havelock pasa a relatarnos un proceso de creación muy interesante en cuanto ilustra acerca del proceso de investigación y surgimiento de ideas.

Capítulo 2. Presentación de la musa.
Los poemas de Homero y Hesíodo son el punto de partida de la historia de la literatura europea. Havelock nos muestra que, por una parte, estas obras no llegaron a su forma escrita en la que nos ha llegado transmitida hasta el siglo VI a.C., y que por otra, dichos trabajos no conocen antecedentes: no tienen antepasados ni tradición previa alguna. Sin embargo llegaron a ser escritas. Pero ¿cómo se produjo ese proceso? ¿No nos ofrecen dichas obras datos sobre las personalidades implicadas en su confección? Muy pocos datos conocemos al respecto, siendo incluso poco claras las figuras de Homero y Hesíodo: no son ellos quienes se presentan como autores de sus poemas, sino que afirman que su tarea no es más que el hecho de ser intermediario de las musas. Por otro lado, en ningún pasaje se nos da el menor indicio de interés por «leer» o «escribir» ni por parte del cantor ni por parte de la musa: su lenguaje es descrito en términos orales (elocución o canto) que se lleva a cabo mientras danzan y que de esta forma se transmite a los oyentes.
Dos siglos más tarde, nos muestra el autor, se produce un cambio: la musa sigue cantando o recitando, pero la escritura empieza a reclamar un terreno propio y, en cierto momento histórico, ambas conviven a la vez en una extraña mezcla que puede resultar un tanto compleja de entender para nosotros: «El canto, la recitación y la memorización, por un lado (una combinación cultural que podemos etiquetar adecuadamente como oralidad), y el leer y escribir por el otro (costumbre de una cultura documentada y alfabetizada), empezaban a hacerse competencia y a entrar en colisión. No es que ésta sustituyera automáticamente a aquélla. Lo que sucedía entre ellas era más complicado» (p. 44). Asistimos a un momento de transición cultural en el que la contradicción resulta esencial, por ello nos dirá el autor que la musa en este contexto está aprendiendo a leer y escribir, pero sigue todavía cantando. Es lo que Havelock denomina la «revolución alfabética» de Grecia, una revolución que revela y explica multitud de pasajes ocultos de la literatura y la filosofía griega, desde Homero hasta Aristóteles.

Capítulo 3. El descubrimiento moderno de la oralidad.
El año 1963 marca un antes y un después en lo que concierne al estudio del «problema de la oralidad», ya que en ese año salen a la luz cinco estudios aparentemente sin conexión entre sí pero que, mirados en retrospectiva, guardaban un punto de fuerte unión: «arrojaban luz sobre el papel de la oralidad en la historia de la cultura humana y su relación con la escritura» (p. 49). Havelock nos dice algo acerca de cada uno de esos títulos, que son los siguientes:
a) El volumen de Ernst Mayr titulado Animal Species and Evolution. En este libro, un clásico en el que se analiza la teoría de la evolución darwiniana desde una perspectiva contemporánea, se afirma que la clave de la humanidad única de nuestra especie es el lenguaje.
b) Un segundo título es El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss, en el que, según afirma Havelock, el autor se acerca al tema de la oralidad para luego retroceder ante él. El objetivo de este libro es establecer una relación entre la lógica estructuralista del mito tribal y el lenguaje hablado de nuestros días (con especial referencia a los nombres propios).
c) El siguiente libro resulta especialmente importante para nuestro autor, se trata de La Galaxia Gutemberg del canadiense Marshall McLuhan. Este texto no estaba centrado en la oralidad primaria sino en la transformación cultural que se produjo con la invención de la imprenta de letras móviles. Para McLuhan la imprenta dividió a la humanidad en dos momentos: en escritura (antes de la imprenta) y en texto (después de la imprenta), e impuso a la mentalidad europea del momento un tipo de conciencia que McLuhan veía como limitado y regresivo. Los medios de comunicación de nuestros días (otorgando gran importancia a la acústica) han devuelto una forma de comunicación no lineal y más rica, resucitando formas que habían existido antes de la imprenta.
Dos ideas interesantes se pueden extraer de esta obra según Havelock: en primer lugar que las tecnologías de la comunicación ejercen un alto grado de control sobre el contenido comunicado («El medio es el mensaje»), en segundo lugar se apunta a la posibilidad de un cambio en la mente humana como producto del paso de la oralidad a la literalidad y viceversa.
d) «The Consequences of Literacy» de Goody y Watt, un estudio que se llevaba a cabo desde un doble enfoque: desde la supervivencia de la oralidad en el mundo moderno y, por otro lado, en un modelo de oralidad que todavía pervive en la escritura de la Grecia antigua. Tres factores decisivos resaltaban en ese terreno: el importante papel de la memoria personal en la cultura oral, la distinción entre el alfabeto griego y sus precedentes inmediatos (las escrituras semíticas) y, finalmente, la diferencia entre la literatura y la filosofía griegas y las literaturas anteriores.
e) Por último Havelock trae a colación su trabajo titulado Prefacio a Platón. En esta obra el autor reconoce como verdadera la idea de Platón de que el papel fundamental de la poesía de Homero y Hesíodo era su función didáctica: «Actuando como una especie de enciclopedia versificada, Homero registraba y conservaba los medios de mantener la continuidad cultural archivando las tradiciones sociales de la cultura» (p. 53). La alfabetización de la sociedad griega solo se produjo paulatinamente durante los siglos que separan de Homero a Platón. En esta obra Havelock sugería que la clave de la alfabetización griega estaba en la superior eficiencia fonética del sistema de escritura griego.

Capítulo 4. La radio y el redescubrimiento de la retórica.
Tal vez la publicación simultánea de cinco obras que se interesan por del lenguaje humano y, en particular, por el contraste entre lenguaje escrito y oral no sea una mera casualidad. Para Havelock existe una conexión entre la preocupación despertada a partir de los años sesenta por el lenguaje oral y la radio: «Pienso, sin embargo, que se nos había tocado un nervio común a todos nosotros, un nervio acústico y, por tanto, oral; algo que venía sucediendo desde hacía más de cuarenta años, desde el final de la Primera Guerra Mundial, hasta llegar a un punto en el que exigía una respuesta (…) Todos escuchábamos la radio, esa voz que habla sin cesar, comunicando hechos e intenciones y persuasión, nacida en las ondas para llegar a nuestros oídos. Esto planteaba a nuestra atención un nuevo tipo de exigencia e incluso ejercía una nueva presión sobre nuestras mentes» (p. 55).
Pero la radio o los medios electrónicos en general, observa Havelock, no devuelven a nuestros días la oralidad primitiva que habían disfrutado los hombres griegos, y esto debido a dos causas principales: en primer lugar, porque la voz humana rompe, gracias a los medios electrónicos con todas las barreras físicas que habían limitado el auditorio en épocas anteriores: «Una sola voz que se dirigía de una sola vez a un solo auditorio podía ser oída, al menos en teoría, por toda la población del planeta.» (p. 56). Esto fomenta la posibilidad de que en la actualidad se lleve a cabo un resurgimiento de la mitología de la palabra hablada pero siendo adaptada, manufacturada y manipulada por los medios electrónicos. El autor pone como ejemplo de trovadores modernos a Roosevelt y Hitler, unos trovadores que cuentan con un poder de la palabra nunca antes imaginado (por su amplitud de recepción, por su capacidad de convicción, etc.)
Pero, además, existe una segunda diferencia que muestra la complejidad de la relación entre la palabra oral y escrita en el presente: tras el mensaje acústico se oculta un mensaje escrito. Es decir, lo que ha sucedido no ha sido un simple retorno a la oralidad sino un matrimonio forzado entre oralidad y escritura que lleva a ambas partes a ser reforzadas: «Los medios acústicos, sea la radio, la televisión, los discos o las cintas magnetográficas, no pueden llevar ellos solos la carga, ni tan siquiera la mayor parte de ella, de la comunicación en el mundo moderno. Se podría argüir, de hecho, que la tecnología que ha reavivado el uso del oído ha reforzado, al mismo tiempo, el poder del ojo y de la palabra escrita que es vista y leída.» (p. 58)[1].

Capítulo 5. Colisiones interculturales.
La reflexión sobre la diferencia entre la palabra hablada y la palabra escrita necesita de un estímulo. Ese estímulo viene provocado por la experiencia de confrontación cultural que provoca la cultura oral y la cultura escrita. En este capítulo Havelock tratará de hacer un repaso por los hitos fundamentales de esa confrontación.
La primera de estas confrontaciones se sitúa en el descubrimiento de América, un descubrimiento que supuso no solo una colisión personal y social, sino también ideológica: había revelado a la conciencia del viejo continente la existencia de una cultura que había vivido y se había desarrollado al margen de la europea durante toda su historia. En este contexto Rousseau escribe en el siglo XVIII su Ensayo sobre el origen de las lenguas donde se pone sobre la mesa la cuestión de la oralidad, haciéndonos tomar conciencia de la escritura alfabética una facultad que durante mucho tiempo se había considerado natural e innata. Havelock destaca una serie de aspectos interesantes de este ensayo: en primer lugar, el hecho de que Rousseau ha marcado un antes y un después en el valor romántico y extravagante que posee para muchos autores de la actualidad (Lévi-Strauss, McLuhan, Derrida, etc.) el habla natural o salvaje (es decir, al lenguaje estrictamente oral). En segundo lugar este ensayo destaca un elemento importante, el concepto de oralidad: se trata de una situación cultural que difiere notablemente de la civilización de la escritura y que utiliza un tipo de lenguaje que le es propio. Esta tesis ha sido refrendada en el siglo XX cuando Parry y Lord llevaron a cabo sus análisis de la composición oral de los poemas homéricos. Por último, podemos destacar la aportación de Rousseau por relacionar por primera vez la cuestión de la oralidad con la cuestión griega, algo que sigue estrechamente ligado para nosotros.
El siguiente caso de colisión cultural que vamos a analizar es el que se detalla en la publicación de Malinowski «El problema del significado en las lenguas primitivas». Malinowski, a diferencia de Rousseau, había estado en contacto directo con sociedades prealfabéticas llegando a la interesante conclusión de que en las sociedades «primitivas» el lenguaje es generalmente un «modo de acción». Según Havelock, el término «primitivo» muestra un sentido peyorativo sobre la oralidad, muestra una negativa reconocerla como proceso social formativo.
Alexander Luria es el autor que protagoniza la siguiente colisión intercultural. Este autor dedicó dos años a la observación de analfabetos de las repúblicas soviéticas de Uzbekistán y Kirguizistán, comparándolos con miembros alfabetizados de la misma sociedad. En su estudio, Luria llega a la conclusión de que los analfabetos no utilizaban procedimientos deductivos formales, es decir, su pensamiento no se ajustaba a formas puramente lógicas por considerarlas carentes de interés. Teniendo esto en cuenta Havelock se pregunta: «¿acaso no será todo pensamiento lógico, tal como comúnmente se entiende, un producto de la civilización de la escritura alfabética griega?» (p. 67). Luria, nos dice el autor, descubrió además un modo alternativo de establecer conexiones entre enunciados por parte de los analfabetos. Es el que relata a partir del ejemplo de un periodista alfabetizado que tenía la capacidad de memorizar a la perfección grandes listas de datos, su técnica era una narrativa activista en la que se hacía representar a los nombres inconexos como actores en un contexto narrativo. Esta narrativa activista es, nos dice Havelock, el modo de obrar de la memoria que es peculiar en las sociedades orales y cuya persistencia se puede observar en la obra de Homero. Las investigaciones de Luria no fueron publicadas hasta cuarenta años más tarde, de haber sido conocidas antes habrían acelerado la investigación sobre la oralidad histórica como un modo de conciencia cualitativamente distinto y que tiene reglas propias.
Aunque tiene lugar más de una generación antes, Havelock considera que hay que tratar de la siguiente colisión intercultural (Jousse, 1925) después de la de Luria porque en este caso se produce un choque no entre alfabetización y analfabetismo sino entre una alfabetización consumada (la del propio autor) y la «alfabetización artesanal» propia de la población de Oriente Próxima a la que éste autor francés viajó. En esta sociedad en la que se había usado durante siglos la escritura semítica septentrional (el arabe, el arameo y el hebreo), se suponía que debía encontrarse con una sociedad plenamente alfabetizada en el sentido de su propio modelo francés, sin embargo, Jousse encontró que la población que visitaba solo se aproximaba a ese modelo: «Lo que de hecho experimentó y registró con aguda sensibilidad fue la persistencia ubicua de modos orales de manejar el lenguaje y de la «conciencia» oral correspondiente». (p. 69). Parece, en ese sentido, que el modelo griego (del cual deriva el francés) poseía una serie de propiedades de las que carecían sus antecesores[2].
Por último, en Canadá, Harold Innis dedicó los últimos años de su vida al estudio del papel de la oralidad en las culturas del pasado. Según Havelock su estudio es el fruto de la colisión cultural que había producido la tecnología de la prensa popular y el papel barato sobre el lenguaje y la comunicación de las pequeñas poblaciones de su país natal. McLuhan fue en ese sentido su discípulo, en cuanto ambos veían en la imprenta un motor de cambio social, sin embargo, Havelock considera que McLuhan lleva excesivamente lejos las consideraciones de Innis.

Capítulo 6. ¿Puede hablar un texto?
Uno de los principales problemas que presenta el estudio de la oralidad está en que el principal material que se ofrece como fuente para su investigación es textual. En ese sentido, Havelock nos explica que las fuentes de estudio están en su mayoría contaminadas por un vocabulario y una sintaxis que son propias de la textualización y no de la oralidad. Es algo que se oculta, por ejemplo, tras los informes que los antropólogos y etnólogos nos han transmitido acerca de los relatos y las canciones de los «primitivos» de América del Norte, del Sur y de Polinesia. Éstos llevan a cabo una interpretación manipuladora que refunde el lenguaje indígena para adaptarlo al pensamiento de la mente moderna. Un problema que según el autor no se soluciona completamente con los medios modernos de grabación.
Por otra parte, debemos tener en cuenta el problema de que muchas de las tribus estudiadas (por ejemplo por Lévi-Strauss) se encuentran en una situación especial debido a que nunca han tenido la responsabilidad de mantener una cultura desarrollada o bien porque han dejado de hacerlo. En este estado de cosas, la oralidad que sobrevive en estos pueblos ha dejado de ser funcional: «Las grandes epopeyas, los coros cantados, las actuaciones ritualizadas caen en el olvido. Cuando llega el investigador alfabetizado para grabar lo que dicen, todo lo que queda es entretenimiento residual, relatos, canciones y anécdotas que no dicen nada que sea muy importante.» (p. 74). Cuando la responsabilidad se transfiere a una clase alfabetizada el equilibrio entre finalidad social y estética que es propio de las formas verbales queda roto, sólo sobrevive el factor estético («literatura oral»).
Existe una serie de textos no recogidos del pasado histórico, sino existentes en el presente alfabetizado, que han conservado algunas características de la oralidad. En primer lugar, los textos de composición retórica que, aunque estaban concebidos para el discurso y la discusión, eran textos legibles y leídos. ¿Pueden estos textos ofrecer algún secreto acerca de la verdadera oralidad? La respuesta es ambigua porque, por una parte, están escritos en prosa, lo que los separa claramente de la oralidad primaria, sin embargo, son textos hechos para hablar: «En efecto, se «publicaban» primero leyéndolos en voz alta. El público que escuchaba llevaba la palabra a otros. Se prestaban copias de textos para que formaran la base de lecturas ulteriores. Incluso el lector solitario recitaba para sí mismo lo que estaba leyendo mientras leía, práctica que está plenamente atestiguada a lo largo de la Edad Media.» (p. 76).
Existen una serie de textos muy distintos a los anteriores, son textos de la lengua hebrea que se conservan desde que se formó el canon del Antiguo Testamento y que muestran ecos genuinos de una oralidad primaria olvidada hace mucho tiempo. Havelock, sin embargo, encuentra el mismo problema en ellos que ya hemos destacado con anterioridad: el material se presenta en prosa y no en verso por lo que debemos de desconfiar de su carácter oral.
Más interés, sin embargo, tienen algunos de los textos del Nuevo Testamento. Éste está dividido en tres clases principales de textos: el relato de la pasión, un conjunto de dichos y otras parábolas. Estudios modernos han puesto el acento en la distinción entre el relato de la pasión (un acto textual) y los dichos, en los que se conserva una extracto de composición oral (propio de un contexto social de oralidad «secundaria»).
La Biblia fue el primer libro que se produjo con la imprenta. En las versiones modernas de la Biblia se tiende a hacer más evidente para el lector la poesía oral que en ella se conserva. Sin embargo, en el resto de los casos este invento parece haber tenido más bien el efecto contrario: «El que con la imprenta llegó algo nuevo lo observó hace cuarenta años Chaytor (1945), y lo siguieron trece años después Febvre y Martin (1958). McLuhan (1962) dramatizó lo que él veía en aquella novedad: la introducción del «pensamiento lineal». Eisenstein (1979) siguió sus huellas explorando, en dos volúmenes magistrales, los efectos sociopolíticos de la imprenta, pero sin prestar mucha atención a «los efectos más sutiles de la imprenta sobre la conciencia». Por otra parte, Harold Innis había percibido, al analizar los efectos de la rotativa, que el problema tenía una dimensión sociopolítica y otra ideológica. ¿Es que el texto, una vez impreso y multiplicado de la forma que fuese, era privado de alguna capacidad residual de «hablar»?» (pp. 79-80).
Ante esa misma cuestión, es decir, frente a la pregunta de si puede un texto escrito «hablar» Jacques Derrida responde con rotundidad que No. Su trabajo debe mucho a las ideas de Rousseau al que abraza en muchos aspectos pero también rechaza, sobre todo por no haber sido capaz de darse cuenta del principal problema: la reducción del lenguaje a texto. Pese a todo, para Havelock Derrida no ha sabido tampoco ir más allá en la comprensión de la oralidad primaria de lo que supo hacer Rousseau[3].
De esta forma Havelock llega a los poemas de Homero, unos poemas que parecen conservar la sustancia de la oralidad. De gran importancia en esta cuestión resulta la labor llevada a cabo por Milman Parry, que descubrió en la Ilíada y en la Odisea un estilo verbal propio que se llevaba a cabo sin ayuda de la escritura. Parris viajó a Yugoslavia para estudiar la poesía oral que allí sobrevivía y de ese modo pudo demostrar con hechos empíricos su tesis.
Si discípulo, Albert Lord, llevó a cabo una observación que para Havelock resulta muy interesante: la capacidad oral de los cantores balcánicos que se dedican a escribir se corrompe rápidamente, y que las pulidas imitaciones modernas de la literatura oral (sobre todo en italiano) no son el material auténtico. Una tesis que Kirk utiliza en su obra Songs of Homer en la que afirma que la composición oral en Grecia se ve comprometida y corrompida cuando comienzan a usarse los recursos de la escritura.

Capítulo 7. El habla almacenada.
El lenguaje es una actividad colectivista, es decir, sus convenciones deben ser compartidas por grupos enteros antes de que sus significados estén disponibles dentro de la sociedad. Los oralistas solo han reconocido este hecho de pasada cuando relacionan el contenido de la oralidad a una tradición (una especie de depósito de mitos y leyendas) aunque no dejan muy claro en qué consiste ni cómo funciona.
Para llegar más allá en ese concepto de tradición Havelock acude a la obra de Ernst Mayr Animal Species and Evolution (1963) que ya nos refirió un poco más arriba. Esta obra, aunque dedicada a la evolución biológica, reserva un pequeño apéndice final para explicar la denominada «evolución cultural», es decir, el proceso por el que nuestra especie se hace cargo de su desarrollo con el fin de producir la sociedad humana. Mayr se sirve de la terminología de la genética para explicar que la información que ha sido acumulada por un grupo es un fondo común que los individuos comparten, y posteriormente es usado en el lenguaje humano.
Havelock toma conciencia posteriormente de que los términos «información», «almacenaje» y «uso posterior», utilizados por Mayr, hacen referencia a algo material, es decir, conllevan la suposición general de que toda civilización digna de tal nombre se basa en alguna clase de escritura. ¿Cómo se relaciona dicha creencia con el hecho de que hayan existido culturas avanzadas que eran completamente ágrafas?
El autor pasa a tratar de explicar los mecanismos por medio de los cuales dichas culturas ágrafas pueden almacenar información para un uso posterior. Para ello nos remite a su obra Prefacio a Platón, en ella propuso el término «enciclopedia oral» para hablar de que los mecanismos usados en los poemas de Hesíodo y Homero tienen una intención bifocal: eran a la misma vez que creaciones recreativas (arte elaborado para entretener, el criterio por el que principalmente lo ha juzgado la modernidad) y funcionales, es decir, constituían «un método de conservar una «enciclopedia» de costumbres sociales, leyes consuetudinarias y convenciones que constituían la tradición cultural griega de la época en que se compusieron los poemas» (p. 90)[4].
Si el lenguaje hablado utilizado por Homero y Hesíodo estaba destinado a sus contemporáneos, el alfabeto griego tiene el objetivo de transmitir su recuerdo hasta nosotros. El alfabeto griego resulta el sistema de comunicación de más eficacia y difusión que jamás ha usado el hombre. La principal novedad que introdujo el alfabeto griego (gran deudor del alfabeto fenicio) fue la consonante (pura), proporcionando de esa manera una representación visual del ruido lingüístico que era económica y efectiva. La tesis que Havelock trata de defender es que el alfabeto griego supone una innovación tecnológica radical con respecto a alfabetos anteriores sistemas semíticos pre-griegos.

Capítulo 8. La teoría general de la oralidad primaria.
La oralidad primaria hace referencia a sociedades que no usan ningún tipo de escritura fonética. Supone una condición de la comunicación que a la mente alfabetizada le resulta especialmente difícil de explicar ya que toda nuestra terminología se basa en la experiencia de la escritura. La oralidad primaria es un sistema de comunicación ligero y fugaz que tras nuestra descripción se convierte en algo petrificado. Cuando dicha oralidad se fosiliza (es lo que ocurre con los poemas de Homero y los fragmentos de poesía primitiva del Antiguo Testamento) deja de ser oralidad «primaria» por definición.
Teniendo en cuenta estos problemas la pregunta se muestra claramente: ¿es posible que la oralidad primaria sea objeto de la investigación empírica? Havelock nos dice que la teoría general de la oralidad debe estar estrechamente relacionada con una teoría general de la sociedad. En ese sentido el influjo de Freud ha sido especialmente negativo, por considerar que la explicación de los enigmas de nuestra condición humana se encuentra en los interiores de la psique (Havelock ve aquí una vez más poderoso influjo romántico de Rousseau). Para nuestro autor Freud cae en el error de considerar que el todo es la suma de sus partes, de creer que la sociedad es simplemente un agregado de individuos. Havelock considera en cambio que la teoría general de la oralidad primaria debe partir de una concepción dialéctica de la sociedad, por ello otorga un gran valor al ambiguo término de la tradición.
La tradición es el soporte de la sociedad, de ella depende su mayor o menor longevidad. Dicha tradición tiene características determinadas dependiendo de cada sociedad. El individuo que vive en ella tendrá que aprenderlas (no son extraídas por una sensibilidad  instintiva) por diferentes vías: es visual, cuando se observa la actuación de otros y se imita (artes y oficios) y lingüística cuando la voz de la comunidad le dice al individuo lo que tiene que hacer.
La estabilidad es uno de los requisitos básicos que debe poseer las instrucciones de la tradición (deben repetirse de generación en generación). Dicha estabilidad no parece constituir un problema para las sociedades alfabetizadas (que cuentan con el apoyo de las leyes, la escritura, la filosofía, la historia y la literatura), pero ¿cómo se lleva a cabo en las sociedades de oralidad primaria que estamos estudiando? Estas sociedades deben contar, al igual que las sociedades alfabetizadas, con una tradición expresada en enunciados fijos y transmisibles, que se llevan a cabo por medio del habla ritualizada, un tipo de lenguaje tradicional que se hace repetible de la misma manera que un ritual, y en el que las palabras permanecen en un orden fijado. En ese sentido la memoria juega un papel muy importante en este tipo de sociedad: «Ese lenguaje debe ser memorizado. No hay otra manera de garantizar su supervivencia. La ritualización se convierte en el medio de la memorización. Las memorias son personales; pertenecen a cada hombre, mujer o niño de la comunidad; pero su contenido, el lenguaje conservado, es comunitario, es algo compartido por la comunidad y que expresa su tradición y su identidad histórica.» (p. 104).
Dicha retención en la memoria se lleva a cabo por un lado gracias a la repetición que está asociada a una sensación de placer (factor fundamental para entender el encanto que rodea a la poesía oral). A esto hay que añadir un método de habla repetible que sin embargo sea capaz de expresar significados diversos. Esto se consigue gracias al pensamiento en habla rítmica: es el nacimiento de la poesía. «Así tuvo lugar el nacimiento de lo que llamamos poesía, una actuación que ahora, bajo el dominio de la escritura, ha quedado relegada a la condición de un pasatiempo, pero que era originalmente el instrumento funcional de almacenamiento de información cultural para uso ulterior o, dicho en lenguaje más familiar, el instrumento que servía para establecer un tradición cultural.» (p. 105).
La tarea de conservar la tradición quedó pronto en manos de especialistas, expertos en el lenguaje que le es propio: rapsodas, músicos, videntes, profetas y sacerdotes. Ellos conservan un lenguaje que pronto se tornaría arcaico ya que estaba destinado a la conservación más que a la creación. ¿Con qué medios contaban dichos especialistas para llevar a cabo su tarea? En primer lugar se beneficiaban del ritmo biológicamente placentero de la técnica empleada, especialmente cuando ésta es reforzada por el canto, la música y la danza. En segundo lugar, el empleo de la forma narrativa: mediante predicados de la acción y no mediante ideas ni principios: «El hecho más fundamental de su operación es lingüística es que todos los sujetos de enunciados deben ser narrativizados, es decir, que deben ser nombres de agentes que hacen cosas, trátese de verdaderas personas o de otras fuerzas personificadas. Los predicados a los que se vinculan deben ser predicados de acción o de una situación presente en la acción, jamás de esencia ni de existencia.» (p. 110). Por último, estas sociedades contaban con un contexto adecuado en el que enseñar dicha tradición: las fiestas de comunidad son el lugar idóneo para la recitación épica, el canto y la danza. En ese sentido se vuelve a dar la consonancia entre placer y fin social que tanta importancia tiene para estas sociedades de oralidad primaria.

Capítulo 9. La teoría especial de la oralidad griega.
Vaso de Dípilon
Fuente: Wikipedia
Si aceptamos el hecho de que la cultura griega comienza con una situación de completa ausencia de escritura, la pregunta que debemos hacernos es en primer lugar: ¿hasta cuándo se prolonga esa situación? No en vano, afirma Havelock, de la respuesta a esta cuestión dependerá nuestro juicio acerca de los logros de la oralidad griega.
Es una simplificación excesiva considerar que oralidad y alfabetización se hallaban en una situación recíproca en la que la segunda reemplazaba a la primera. El primer texto que conservamos compuesto en su totalidad como tal es el de Hesíodo. Sin embargo no es probable que haya sido lo primero que escribiera de esta forma. Havelock nos habla acerca de los estudios sobre el objeto con inscripciones que se considera la prueba más antigua que se conserva de la escritura griega, el «vaso de Dípilon» (entre el 740 y el 690 a.C.). Para nuestro autor, tras el significativo hecho de que la mayoría de los investigadores hayan pasado por alto la distinción entre la separación de dicho objeto y su uso como superficie portadora de letras existe un prejuicio ideológico que trata de evitarse la molestia de, por una parte, considerar verdaderamente la historia de los griegos antes de la escritura como un periodo de extensión temporal relevante (una sociedad sin escritura se considera indigna del honor de haber servido de fundamento a la civilización griega), y por el otro, hace más acorde con su contenido tradicional a los poemas homéricos (por haber sido «escritos» en el siglo VIII).
Nuestro autor trata de mostrar mediante otra serie de pruebas que el alfabeto griego es posterior a lo que se considera tradicionalmente: en primer lugar trae a colación el texto de Eusebio que nos habla de la datación del alfabeto por los mismos griegos en el año 776 a.C., fecha de los primeros juegos olímpicos. Otra prueba de especial importancia es la observación de que en el siglo VI a.C. todavía ejercen su función los mnēmones o memorizadores, una suerte de funcionarios civiles que muestran la necesidad de conservar oralmente tanto decisiones oficiales como cierta cronología del pasado. Una tarea propia de una sociedad ágrafa.
Aquellos que afirman que en Grecia existió antes de esa época alguna clase de uso de la escritura se basan en la suposición de que el alfabeto se aplicaba sobre pergamino, papiro o madera antes de aplicarse sobre objetos físicos duros. Aunque esta tesis puede parecer plausible en el contexto alfabetizado de nuestra cultura (en la que la inscripción en un objeto físico duro se lleva a cabo de forma decorativa o accidental), en la Antigüedad griega parece ser todo lo contrario: la costumbre de servirse de inscripciones grabadas para fines de información pública perduró en Atenas durante el siglo V a.C. (véase como ejemplo la reescritura del código legal ateniense a fines de siglo). Ahora bien, las pruebas no son concluyentes en ninguna de las dos opciones. Havelock considera la tesis de Kevin Robb (1978) como la más plausible. Según este autor, el acto de dedicación supone una práctica fundamental en las sociedades orales y puede considerarse como la posible vía de introducción de la escritura: «En la oralidad primaria la dedicación solo podía llevarse a cabo mediante una ceremonia oral pública en la cual se presentaba el objeto y se pronunciaba una alocución en un lenguaje que ofrecía cierta probabilidad de que los oyentes lo recordaran por lo menos durante algún tiempo. Lo mismo valía para la presentación de regalos. Pero en las comunidades bilingües (como Chipre, Creta o Al Mina) los griegos vieron que sus vecinos fenicios dedicaban esos objetos mediante señales escritas. Envidiosos de la ventaja así obtenida –pues luego el objeto podía hablar por sí mismo–, intentaron adaptar el truco a sus propias dedicatorias orales, y el resultado fue el nuevo sistema alfabético.» (p. 120).
Aunque algunos estudiosos admiten que el invento de la escritura fue posterior al 700 a.C., todavía persiste la creencia de que su uso en lo sucesivo a esa fecha fue casi inmediato, relegando inmediatamente a la oralidad a un segundo puesto. Esta tesis parece refrendada por los contacto entre la Europa alfabetizada y las culturas ágrafas supervivientes: «Su superior tecnología alfabética, aplicada a la administración de la sociedad que gobernaban, suplantó rápidamente los mecanismos orales de gobierno por la práctica de la escritura. La actuación oral original con su poesía fue despojada de su finalidad funcional y relegada a un papel secundario de entretenimiento, que siempre había tenido, pero que entonces se convirtió en su única finalidad.» (p. 121). Havelock, sin embargo, considera que el caso griego no tiene parangón con estas sociedades a las que llegaron y en las que se quedaron los conquistadores europeos. La «unicidad del caso griego» se define porque sus epopeyas cuentan con las siguientes características: a) fueron creadas en una sociedad carente de todo contacto con la escritura; b) una sociedad totalmente autónoma, tanto en el periodo oral como en el periodo alfabético; c) la responsabilidad de conservar la conciencia de la propia identidad estaba a cargo del lenguaje, por lo tanto dicho lenguaje tenía que ser materia de recuerdo oral; d) cuando el lenguaje se llegó a transcribir, esa tarea se llevó a cabo por los hablantes del mismo; e) la aplicación del invento para conservar todo lo hablado y conservable permaneció en manos de los propios hablantes. Según Havelock, en ninguna de las culturas en las que se dio el paso de la oralidad a la escritura se reúnen estos cinco elementos que son característicos de la sociedad griega.
Todas las consideraciones apuntan a que el alfabeto no fue aceptado de buenas a primeras, sino que tropezó con una serie de resistencias que posteriormente se fueron debilitando poco a poco. En primer lugar, el autor destaca el hecho del total control social que los griegos ejercieron tanto sobre su vida como sobre su vida alfabética: no sintieron la presión de utilizar las invenciones alfabéticas de sus vecinos, ellos eran la vanguardia en ese sentido, su sistema no tenía competencia. Por otro lado, y suponiendo que el alfabeto fuera un invento de los canteros y alfareros, Havelock nos hace ver que la élite no lo aceptó directamente, al contrario, lo concebía como un intruso. En ese sentido se muestra como la oralidad primaria solo abandono Grecia lentamente, cuando el lenguaje de almacenamiento escrito fue poco a poco sustituyendo al lenguaje de almacenamiento oral.
Es más, en los nuevos escritos (depositados sobre papiro o pergamino), que nosotros llamamos gran literatura pero que los griegos consideraban simplemente una continuación de la práctica oral, todavía es claramente patente el factor didáctico que es característico de la oralidad.  Incluso los griegos del siglo VI y V usaban los nombres de Homero y Hesíodo relacionándolos principalmente con fines didácticos y no solo como mero entretenimiento. Teniendo en cuenta entonces todos estos aspectos encontramos que la teoría especial de la oralidad griega debe tener en cuenta la siguiente paradoja: «a pesar de que el alfabeto estaba destinado por su eficiencia fonética a sustituir la oralidad por la escritura, la primera tarea histórica que se le asignó fue la de dar cuenta de la oralidad misma antes de que fuera sustituida. Dado que la sustitución fue lenta, se continuaba usando el invento para consignar para consignar por escrito una oralidad que se iba modificando lentamente hasta convertirse en un lenguaje propio de la civilización de la escritura.» (p. 126). Una paradoja que se explica si consideramos que la ventaja ofrecida por el alfabeto griego es que era capaz de registrar sin omisión toda la gama del discurso oral. Es el motivo por el que la teoría griega requiere una teoría específica y el hecho que constituye la principal diferencia de este alfabeto y los alfabetos semíticos que lo precedieron.
La tenacidad con que la oralidad pervivía puede percibirse con claridad incluso en las obras maestras de la literatura de la Grecia clásica (la composición épica, didáctica, lírica, coral y dramática). En primer lugar, la literatura griega está compuesta desde sus inicios en verso, no en prosa. En segundo lugar encontramos que el contenido de ese lenguaje versificado es mítico (es decir, tradicional). Tercero: se trata de una literatura que (hasta Eurípides) está compuesta como actuación y en el lenguaje de la actuación. Tiene una importante función didáctica, función que se observa claramente en los coros griegos, que son según Havelock «una representación (mímēsis) continua del lado legal de la vida griega (o meditaciones sobre él), a veces sólo tangencialmente relacionada con la trama.» (p. 129). Pero en cuarto lugar y por encima de todo, la oralidad primaria sobrevivió en el comportamiento de la lengua griega al ser trasladada a la escritura: «La ausencia de todo marco lingüístico para la enunciación de principios abstractos confiere al lenguaje clásico una curiosa y envidiable franqueza y ausencia de hipocresía. (…) Los discursos alaban o censuran, pero no en términos de aprobación o desaprobación morales, basadas en principios abstractos y artificiosos.» (p. 131). Es algo que queda especialmente patente cuando traducimos el lenguaje clásico a los modernos idiomas alfabetizados: es algo que hace aflorar la dinámica del lenguaje oral y lo estático del lenguaje moderno.

Capítulo 10. La teoría especial de la teoría griega.
La teoría especial de la escritura griega parte del supuesto de que nuestra manera de usar los sentidos y nuestra manera de pensar están íntimamente relacionadas, y que durante la transición de la oralidad griega a la escritura griega esa relación quedó profundamente alterada.
La introducción de la escritura produjo cambios en la composición de la sociedad humana a medida que se iba realizando. Aunque son los cambios introducidos a partir de la invención de la imprenta los que han llamado la atención a los estudiosos recientes, Havelock afirma que la transformación más importante tuvo lugar con la invención de la escritura, llegando a su punto álgido con la introducción del alfabeto griego. Dicha introducción, que ofrecía un acto de visión en lugar de un acto de audición, tuvo efectos sociales, pero principalmente sus efectos fueron en la mente y su manera de pensar mientras habla: «Aparte de agregar la vista del lector como tercer medio sensorial, erradicó, al menos en teoría, la función fundamental de la memoria acústicamente entrenada y, por tanto, la necesidad de tener un lenguaje de almacenamiento en forma memorizable. A medida que la función mnemónica disminuía, las energías psíquicas hasta entonces canalizadas hacia este fin quedaban liberadas para otros usos.» (p. 138).
Esta desaparición de la necesidad de memorizar que trae consigo la escritura tiene como primer efecto la aparición en el discurso de sujetos que no tenían que ser personas, algo que con el tiempo podía transformarse en nombres de entes impersonales, ideas o abstracciones. El primer ejemplo que conservamos de esta transformación lo encontramos en el poema de Hesíodo que tiene a dikē (justicia) como protagonista. Ahora bien, una vez dado este primer paso hacia la alfabetización, el poeta debe volver atrás y elaborar su discurso desde la palabra oral: «No será todavía capaz de decirnos qué es la justicia, sino solamente qué hace y qué padece. Hesíodo ha dado un paso decisivo hacia la formación de una nueva mentalidad, inventando el tema que ocupa el sitio de la persona. Pero no sabe dar el segundo paso, que es dar a su tema una sintaxis de definición descriptiva. El tema todavía se dedicará más a comportarse que a ser.» (p. 139).
Solo a  medida que la asociación entre lo acústico y lo visual se desarrolla crece la presencia de la tematización en el griego clásico. El ejemplo de este segundo paso que nos ofrece Havelock se encuentra en la Antígona de Sófocles: encontramos en esta obra un tema que se presenta formalmente al principio, el hombre (ánthrōpos), es decir, encontramos por primera vez ecos de un discurso antropológico en el texto de una pieza teatral. Sin embargo, a pesar que se describa un tema llamado «el hombre», jamás se nos dice qué «es» él sino simplemente lo que «hace». Se trata de un lenguaje que se aproxima al de la definición (en tanto que se anuncia en presente), pero sin embargo en él falta la palabra «siempre».
Un tercer paso en este camino hacia la alfabetización queda ejemplificado por un famoso pasaje de las primeras páginas de la Política de Aristóteles en el que también se lleva a cabo una reflexión acerca del hombre (como en el texto de Antígona), aunque con importantes diferencias: «Ambos comparten «hombre» como nombre general y no de una persona específica como «Aquiles» o «Ulises», que había sido el lenguaje típico de la oralidad memorizada. Pero cuando se escribió el pasaje aristotélico era ya posible describir a ese «hombre», no narrando lo que hace, sino vinculándolo como «sujeto» a una serie de predicados que connotan algo fijado, algo que es un objeto de pensamiento: el predicado describe una clase o una propiedad y no una acción (…) El uso narrativizado se ha transformado en uso lógico.» (p. 143).
Havelock quiere hacer hincapié en el error que tradicionalmente se ha impuesto al considerar que la diferencia entre el lenguaje empleado por Sófocles y el que se emplea por parte de Aristóteles se debe únicamente a que uno era poeta y el otro filósofo. Como si el mismo tipo de lenguaje estuviera presente ya en el siglo V y que Sófocles, por motivos de profesión, escogiera un tipo de lenguaje y no otro. Nuestro autor considera que el lenguaje especializado que encontramos en Aristóteles representa algo que solo se había hecho posible poco a poco a medida que la escritura había ido quitando la presión de componer discursos para la memorización.
La pregunta que se hace a continuación Havelock resulta interesante: ¿Comienza el discurso griego a desvalorizarse en su paso de la oralidad a la escritura? Pues bien, en su respuesta nos muestra cómo la escritura trae consigo una serie de ventajas importantes que no tenía la oralidad. La oralidad había favorecido lo familiar y tradicional, tanto en contenido como en estilo, pero se encontraba bastante constreñido por la necesidad de conservar el recuerdo en la memoria. Los recursos de la documentación estaban abiertos de par en par, por lo que ofrecían dos grandes ventajas en este sentido: el almacén de recursos podía ampliarse considerablemente (por ser material y no tener que ser memorizado) y, por otro lado, ya no se dependía tanto de lo familiar, los contenidos podían ser mucho más variados.
Esta liberación de la oralidad que ofrece la prosa («un alivio para la mente y para el lenguaje», las define Havelock) se deja sentir en primer lugar en la creación de la historia: los escritores se lanzaron a describir cosas que habían pasado, especialmente los acontecimientos de la guerra, que tanto éxito habían de forma tradicional. Especialmente interesante es el hecho de que prestaran mucha atención a los mores (el éthos y el nómos) de las sociedades griegas y extranjeras, reconociendo de forma inconsciente la importancia del papel didáctico del discurso conservado como instrumento de la tradición cultural.
Esta misma apertura a lo innovador que creó la ciencia trajo consigo el nacimiento de la filosofía y la ciencia. Aristóteles, que escribe como filósofo, elige para describir su empresa intelectual dos términos que se refieren al acto de mirar (theōria y el verbo correspondiente theōreîn). Según Havelock esta elección no es casual, en ella se observa el reconocimiento a nivel inconsciente de que la operación había surgido gracias a la posibilidad de ver la palabra escrita en lugar de oírla pronunciar.
Sólo cuando el lenguaje se separó visualmente del hablante, la persona adquirió unos contornos más nítidos y nació el concepto de individualidad. La personalidad fue, afirma Havelock, un descubrimiento socrático, que posteriormente fue textualizado por Platón: «La persona que usaba el lenguaje pero que ahora estaba separada de él se convirtió en la «personalidad» que podía descubrir la existencia del lenguaje. El lenguaje así descubierto se convirtió en el nivel de discurso teórico denotado por la palabra logos.» (p. 153). El símbolo elegido para hablar de la personalidad fue psyché (traducido erróneamente como alma). Sócrates se propuso hacer entrar en conexión toda la nueva experiencia proveniente de las novedosas energías mentales que proporcionaba la escritura con la personalidad y la psyché.

Capítulo 11. Las teorías especiales y sus críticos.
En este capítulo final Havelock se dedica a repasar brevemente algunas de las principales trabas que encuentra las teorías especiales de la oralidad y la escritura que hemos analizado en este libro. Como nos dice el autor, dichas teorías, que presentan la ecuación de oralidad-escritura como factor fundamental en la sociedad de la antigua Grecia, no han encontrado demasiada simpatía entre los estudiosos clásicos y entre algunos otros estudiosos.
El primer prejuicio que es necesario eliminar es el que afirma que hay una conexión entre oralidad y primitivismo. El problema está en que se c0nfunde ausencia de escritura y analfabetismo: la sociedad griega no estaba en comunicación con ningún pueblo que conociera el alfabeto, se trataba de una situación de comunicación oral compartida por toda la sociedad. En cambio, cuando nos referimos a analfabetismo estamos hablando de un grupo social que está al margen de la cultura establecida.
Una segunda objeción a la teoría de la oralidad primaria hace referencia al tratamiento que da a la poesía. Se trata de un prejuicio que surge de proyectar hacia el pasado nuestra moderna condición de alfabetizados: la poesía queda degrada, afirman, al ser utilizada como depósito de información cultural, deja de ser fuente de inspiración e imaginación. Havelock considera la cuestión desde una perspectiva muy distinta: «el papel de la poesía en las sociedades alfabetizadas, lejos de ser más rico que el de su contrapartida oral, es más reducido, porque la escritura, al confiar la función de almacenaje a la prosa documentada, ha privado gradualmente a la poesía y a la experiencia poética de su papel dominante en la cultura y las ha vaciado de su complejidad.» (p. 160).
También puede resultar un problema el hecho de afirmar, tal y como la teoría de la oralidad primaria hace, que el concepto de individualidad y alma son conceptos históricos. Esto puede ser ofensivo para la fe religiosa, sobre todo para el cristianismo, puesto que se afirma que en un momento de la historia de Grecia los hombres se las arreglaban sin esos conceptos perfectamente.
La teoría de la oralidad primaria también puede encontrar resistencia por parte de muchos movimientos filosóficos (con la excepción del existencialismo[5], con el que comparte muchos puntos de vista comunes). En primer lugar, con el idealismo alemán: ¿cómo puede casar la teoría de la oralidad que afirma que el intelecto del hombre fue descubierto o plenamente advertido solamente a finales del siglo V a.C.? También encontraría resistencia por parte de los filósofos analíticos y lógicos que, aunque conceden gran importancia al lenguaje, no pueden concebir una conciencia oral que es capaz de operar con éxito con leyes de contradicción. También se le opondría la filosofía moral, cuando se afirmara que el lenguaje de la ética fue una invención venida de la mano con la llegada del alfabeto.
Pero los principales problemas se encuentran sin duda dentro de los propios estudios clásicos: según Havelock en este campo existe como una suerte de actitud endogámica que rechaza todo tipo de visión externa y que considera que su profesión una especie de religión mistérica. En este estado de cosas, se considera la cultura griega como una especie de unidad o bloque unificado en el que resulta imposible de concebir (tal y como la teoría de la oralidad primaria afirma) a la sociedad griega como un proceso en el que tuvo especial importancia la introducción de la tecnología de la escritura.




[1] Es una pena que Havelock haya abandonado en este capítulo las reflexiones sobre la cuestión de la vuelta de la oralidad gracias a los nuevos medios de comunicación (ya no volveremos a encontrar otra referencia a ellas en todo el libro). Pero es comprensible si tenemos en cuenta que el autor está más interesado en llevar el debate a sus inicios, que él considera que se remontan a la antigua Grecia, en contraste con lo que McLuhan afirma en su Galaxia Gutemberg, que pone la clave en la introducción de la imprenta.
[2] Esta tesis vuelve a repetirse en varios lugares de la obra que analizamos: Havelock trata de establecer una clara línea divisoria entre el alfabeto griego y el resto de los alfabetos que lo precedieron (el arabe, el arameo y el hebreo). Su intención es hacernos ver que tan solo el alfabeto griego tuvo las características necesarias para conseguir sobreponerse a la oralidad gracias a que supo incorporar toda la gama de sonidos que ésta contenía (más adelante (capítulo 7) quedará explicado cómo fue gracias a la creación de la consonante pura).    
[3] En numerosas partes de este libro Havelock acusa a una serie de autores modernos (como McLuhan y Derrida) de poseer una concepción romántica de la oralidad por considerar que el paso de la oralidad a la escritura fue un paso atrás. El propio autor no cree estar afectado por esta visión que supone heredada de Rousseau. Pero, una vez que hemos leído completamente esta obra, no estamos tan seguros de ello: salvo en el capítulo 10, en el que muestra algunas de las ventajas que comporta la escritura para la mente del hombre griego, en el resto del libro se deja sentir una nostalgia por la oralidad perdida que cuesta mucho pasar por alto.
[4] Idea interesante y recurrente a lo largo de todo el libro: nos habla de un cambio en la concepción de la poesía (pilar fundamental de la sociedad oral) con el paso de la oralidad a la escritura. En las sociedades orales la poesía conserva una doble función: tiene una función estética y tiene la función de conservar la tradición y los valores morales. Pues bien, el paso de la oralidad a la escritura escinde a la poesía que a partir de entonces solo conserva su función estética y deja de ejercer la función social. Esta visión de la poesía viene a reforzar nuestra idea de que existe un regusto amargo en la visión del paso de la oralidad a la alfabetización que tiene el autor aunque él mismo trata de negarlo (hablándonos de esta misma cuestión) en el último capítulo.
[5] Podemos pensar en Heidegger y en la importancia que le concede al oído frente a la visión.

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