I. F. STONE, El
juicio de Sócrates,
Trad. Mª Teresa Fernández de Castro, Mondadori, Madrid, 1988.
(297 pp.)
Alcibíades recibiendo las lecciones de Sócrates. François André Vincent (1777). Fuente (Wikipedia) |
Esta
es la primera de una serie de entradas del blog que van a estar dedicadas a la
figura de Sócrates. En este primer post nos acercamos a la obra de I. F. Stone
que tiene como título El juicio de Sócrates.
Se trata de un libro de lectura amena y fluida en el que el autor lleva a cabo
un análisis de los motivos que llevaron a la ciudad de Atenas, la cuna de la
libertad de expresión, a condenar a uno de sus filósofos más famosos por hacer
uso de ese derecho. La tesis del libro es clara y puede resultar impactante para aquellos que se acerquen por primera vez a estos temas: tradicionalmente se ha considerado a Sócrates como un inconformista que murió a causa de la defensa de sus ideas, pero pocos se han dado cuenta de que luchaba contra una sociedad abierta y de que era admirador de un sistema político cerrado.
Antes de pasar a analizar el libro con detalle me gustaría hacer notar algunas impresiones personales que me ha dejado su lectura. En primer lugar, resulta patente nada más empezar a leer que Stone parte de un prejuicio que limita en extremo su punto de vista. Si podemos concebir la obra como una especie de juicio, diríamos que Stone declara a Sócrates culpable desde el mismísimo prólogo. Deja claro, nada más comenzar, que su intención no es buscar la verdad sobre lo ocurrido tanto como la de salvar la reputación de Atenas en un intento de salvaguardar los inicios de la libertad de expresión libres de toda mácula. Partiendo de esa base, Sócrates y sus discípulos tienen poco que decir a su favor. En segundo lugar, también encuentro un inconveniente en el hecho de que Stone lleve a cabo una lectura excesivamente política de las ideas de Sócrates. A menudo Stone no parece distinguir con claridad entre el pensamiento propio de Sócrates y el de Platón. Es cierto que no se trata de una cuestión fácil, porque el protagonista de este libro no dejó nada escrito, pero podría haberse esforzado un poco más. Puedo estar de acuerdo, aunque solo hasta cierto punto, en que la política para la filosofía de Platón tiene un peso fundamental, pero ¿ciertamente ocurre lo mismo en Sócrates? ¿No supone simplificar en exceso el planteamiento socrático? Stone llega a considerar al pensamiento socrático-platónico como la base del totalitarismo moderno.
No quiero dejar de comentar un aspecto positivo: el libro que presentamos es una buena muestra del ensayismo anglosajón, de esa manera de mostrar las ideas claras y precisas que tienen los ingleses y los americanos, por ello la lectura de este libro resulta tan agradable y a la misma vez tan reveladora.
Antes de pasar a analizar el libro con detalle me gustaría hacer notar algunas impresiones personales que me ha dejado su lectura. En primer lugar, resulta patente nada más empezar a leer que Stone parte de un prejuicio que limita en extremo su punto de vista. Si podemos concebir la obra como una especie de juicio, diríamos que Stone declara a Sócrates culpable desde el mismísimo prólogo. Deja claro, nada más comenzar, que su intención no es buscar la verdad sobre lo ocurrido tanto como la de salvar la reputación de Atenas en un intento de salvaguardar los inicios de la libertad de expresión libres de toda mácula. Partiendo de esa base, Sócrates y sus discípulos tienen poco que decir a su favor. En segundo lugar, también encuentro un inconveniente en el hecho de que Stone lleve a cabo una lectura excesivamente política de las ideas de Sócrates. A menudo Stone no parece distinguir con claridad entre el pensamiento propio de Sócrates y el de Platón. Es cierto que no se trata de una cuestión fácil, porque el protagonista de este libro no dejó nada escrito, pero podría haberse esforzado un poco más. Puedo estar de acuerdo, aunque solo hasta cierto punto, en que la política para la filosofía de Platón tiene un peso fundamental, pero ¿ciertamente ocurre lo mismo en Sócrates? ¿No supone simplificar en exceso el planteamiento socrático? Stone llega a considerar al pensamiento socrático-platónico como la base del totalitarismo moderno.
No quiero dejar de comentar un aspecto positivo: el libro que presentamos es una buena muestra del ensayismo anglosajón, de esa manera de mostrar las ideas claras y precisas que tienen los ingleses y los americanos, por ello la lectura de este libro resulta tan agradable y a la misma vez tan reveladora.
PRIMERA
PARTE: SÓCRATES Y ATENAS.
I. Sus diferencias
fundamentales.
Sócrates
entró en conflicto con su ciudad natal porque difería de sus conciudadanos en
tres cuestiones básicas que ponían en entredicho las bases del autogobierno que
los atenienses disfrutaban:
El
primer desacuerdo giraba en torno al concepto
de comunidad humana. Stone considera que en La Política de Aristóteles se muestra la visión de la comunidad
humana que era compartida por la gran mayoría de los atenienses. En esta obra
se habla del hombre como «un animal político». Para Aristóteles, solo el ser
humano posee las cualidades necesarias para vivir en comunidad, el motivo para
esta especificidad es que solo el hombre tiene logos, un término que los griegos utilizaban no solo para hacer
referencia al poder de la palabra, sino también aludiendo a la razón y a la
moralidad.
Por
otra parte, el concepto de polis que manejaban los griegos difería radicalmente
de otras formas de asociación humana más primitivas como son la familia (regida
por el patriarca), la monarquía o la relación entre amo y esclavo. La polis era
«una asociación de hombres libres» que se gobernaban a sí mismos.
La
política de la Atenas del momento quedaba dividida en dos grupos que se
enfrentaban en una especie de lucha de clases. En ambos casos se partía del
principio común de que la ciudad debía ser gobernada por sus propios
ciudadanos, la diferencia estribaba en la amplitud del grupo que debía
gobernar. En este estado de cosas oponerse al autogobierno era poco
más o menos que presentarse como antipolítico que era tal y como se
veía a Sócrates y a sus seguidores. Sócrates no era ni demócrata ni oligarca,
su ideal no era ni el gobierno de la mayoría ni el de la minoría, sino el «de
lo que saben». Se trata, como nos dice Stone, de un regreso a la monarquía en
su forma más absoluta, y que pone las bases de los regímenes totalitarios del
siglo XX.
La
premisa fundamental de su política era según Jenofonte que «que el
deber del gobernante es dar órdenes y el del gobernado obedecer». Un
dato al respecto puede ser suficientemente esclarecedor: aunque los diversos
seguidores de Sócrates disentían sobre las enseñanzas del maestro en la gran
mayoría de los temas, había un punto en el que todos concordaban: veían la
comunidad humana como un rebaño que necesitaba un pastor o un rey. Este
principio de sumisión era rechazado por todos los griegos, especialmente por
los atenienses: «El buen pastor indudablemente procura que su rebaño esté
seguro y bien alimentado; hasta aquí hay un común interés que les une. Pero el
propósito ulterior del pastor es esquilar a las ovejas para después vender su
lana y eventualmente su carne. El rebaño está destinado al mercadeo de carne, y
el rebaño no es consultado por el pastor cuando éste decide que ha llegado el
momento. La lección que aprendieron los griegos de esta analogía del pastor es
que las ovejas no pueden fiarse de su pastor, ni una comunidad confiar en la
voluntad absoluta de un hombre, por muy benévola que sea su intención.
Preferían llegar a ser una polis
antes que ser tratados como un rebaño.» (p. 24).
II. Sócrates y Homero.
Sócrates
encuentra su rey ideal en la figura de Agamenón, considerándolo como arquetipo
de gobernante. Aunque Stone afirma que en general los textos de Homero
pueden ser citados, al igual que la Biblia, por las dos partes de una
controversia (debido a su ambigüedad), el autor cree poder demostrar que en
líneas generales la historia homérica no concuerda con el ideal socrático de
gobierno de «el que sabe».
En
primer lugar nos muestra cómo aunque Agamenón fuera un «valiente guerrero» no
podía ser considerado precisamente un gobernador de éxito (al noveno año del
comienzo de la guerra no había conseguido tomar la ciudad de Troya, algo que
tampoco le veremos conseguir al final del poema).También nos hace ver cómo su
poder era limitado, ni mucho menos absoluto: debemos en ese sentido ser cautos
con la importancia que otorgamos al término «pastor del pueblo», pues
en
Homero tiene un alcance muy limitado: «La frase «pastor del pueblo» y
la palabra homérica que habitualmente se traduce como rey conducen a engaño, y las palabras traducidas como rey en Homero –basileus o a veces anax–
no tenían, ni remotamente, las connotaciones que posee hoy la palabra rey en un estado moderno. Incluso se
llamaba basileus o rey a los grandes terratenientes.» (p.
28). Finalmente, Stone nos habla de cómo es posible citar la Ilíada contra el
ideal socrático de la monarquía teniendo en cuenta la ironía con que Homero
enjuicia el modo en que Agamenón cumplía sus deberes como pastor del pueblo:
«El libro empieza con un abuso de confianza de Agamenón y gira más tarde
alrededor de otro. Cuando se levanta el telón, la Ilíada muestra a Agamenón
portándose con ciega e imprudente obstinación, a) oponiéndose a la voluntad de
la asamblea de Guerreros y b) insultando a un sacerdote de Apolo, el dios que
acababa con las enfermedades y las plagas.» (p. 28).
Si
pasamos a considerar el otro poema homérico, la Odisea, tenemos que en el
encuentro de Ulises y el Cíclope se marca la diferencia entre el hombre
civilizado y el que no lo es. A su llegada al país de los Cíclopes, Ulises teme
encontrar a un hombre salvaje que no sabe nada ni de justicia ni de leyes (las
palabras traducidas aquí como «justicia» y «ley» son en realidad su plural dikes y thémistas
que hacen referencia a lo que es apropiado según lo establecido por el uso, la
tradición o lo precedente), y efectivamente lo que encuentra confirma sus
temores: «El país de los Cíclopes no está organizado como una comunidad. Cada
uno vive su vida en solitario, en su propia caverna malsana y maloliente, con
sus mujeres, hijos y rebaños: dice Homero que los Cíclopes no conocían ni la
agricultura ni la navegación, ocupaciones prioritarias de los griegos antiguos.
Es más un monstruo que un hombre. Tiene un solo ojo, brillando en mitad de la
enorme frente y es caníbal.» (p. 30).
Existe
un dato interesante para la cuestión que aquí debatimos y que Homero añade a
continuación: cada uno de estos Cíclopes era el legislador de sus propios hijos
y mujeres y no se interesaba por los demás. Además nos dice que nada sabían
acerca de «asambleas deliberativas». Este es un importante dato ya que muestra
cómo siglos antes de Sócrates las «asambleas deliberativas» eran un rasgo
definitorio del modo de ser de la comunidad griega, por lo que el gobierno que
entonces tenían se trataba de algo más parecido a una monarquía constitucional
que a la concepción socrática de una política en la que «el que sabe da órdenes
y el resto las obedece».
III. La clave en la historia de
Tersites.
Investigando
un oscuro pasaje de las Memorables de
Jenofonte el autor encuentra un texto de Homero que defiende la monarquía
absoluta y que, sin embargo, no es citado ni por Sócrates ni por sus
defensores: este misterioso silencio puede aportar pistas aún no reveladas
acerca de la acusación.
La
acusación llevada a cabo por Polícrates contra Sócrates se fundaba en dos
cargos principales: en la alegación de que éste «corrompía» a la juventud (en
el sentido de llevarla por el mal camino en lo referente a cuestiones
políticas) y en el hecho de que el filósofo griego llevó a sus discípulos a
tratar con desdén la constitución y las leyes de Atenas (se cita a Alcibíades y
a Critias como buena muestra de ello). Para este fin la acusación asegura que
el ateniense tomó los pasajes más inmorales de los poetas. Entre esos poetas
seguramente se encontraran Píndaro y Teognis (autores aristocráticos que
sentían un profundo desprecio por el pueblo), pero Jenofonte solo cita un
pasaje de Homero y otro de Hesíodo.
Para
Stone la alusión a Hesíodo no supone nada más que un intento desviacionista por
parte de Jenofonte: éste era un poeta que en sus versos solo expresaba el
sentimiento de su clase campesina contra los grandes terratenientes. En ese
sentido, tan solo el pasaje de Homero es revelador del cargo contra Sócrates,
pero se encuentra hábilmente mutilado por su discípulo: se trata de una cita del
libro segundo de la Ilíada en la que
se nos muestra a los griegos corriendo a los barcos en un impulso de abandonar
la lucha y volver a casa. En este texto, como decimos, Jenofonte deja atrás dos
pasajes interesantes que tratan de salvar a su maestro de la acusación de
Polícrates:
a)
En primer lugar Stone se refiere a la reprimenda que Ulises hace a los soldados
que tratan de huir: en esa reprensión se ataca directamente a la democracia y
se afirma el derecho divino de los reyes.
b)
Pero es la segunda omisión la que resulta especialmente interesante para
nuestro autor hasta tal punto que su protagonista da el título a este capítulo.
Cuando Ulises termina su discurso sobre el derecho divino de los reyes, un
soldado raso se atreve a poner en cuestión sus palabras, Tersites: «Es la
primera y última vez, en Homero, que un soldado raso da su opinión y expresa
los puntos de vista de los soldados del ejército e insulta al rey Agamenón a la
cara. Es el debut del hombre común en la historia escrita, el primer ejercicio
de libertad de expresión de un hombre común frente a un rey, y es eliminado por
la fuerza: Ulises no contesta al discurso con argumentos sino con golpes.» (p.
39).
Según
Stone ninguna acusación dejaría pasar por alto un texto así, porque en él se
está ofreciendo un mensaje claro a la juventud aristocrática: es necesario
castigar a la gente pobre y vulgar a fin de evitar que expresen sus ideas y
traten de dar su opinión. Este tercer capítulo pone fin a la primera de las
tres diferencias que según Stone separaban a Sócrates de sus conciudadanos.
IV. La naturaleza de la virtud
y del conocimiento.
La
segunda diferencia entre Sócrates y su ciudad está referida a dos cuestiones
que el filósofo griego considera estrechamente unidas: la virtud y el conocimiento. La definición que
Sócrates hace de virtud es equipararla al conocimiento.
Aunque
estos puedan parecer problemas profundos y metafísicos, son importantes por sus
implicaciones políticas: si la virtud fuera conocimiento, entonces podría
enseñarse (como ocurre con otras formas de conocimiento). En ese sentido no
quedaría limitada a una minoría (aristocracia rural) sino que podría ser
aprendida por la mayoría y, por lo tanto, no se le podría negar una
participación en el gobierno de la ciudad.
Pero
cuando Sócrates trata acerca de la cuestión del conocimiento niega esta
posibilidad: la virtud es conocimiento, pero el conocimiento resulta
inaccesible. Solo una minoría era capaz según Sócrates de entrever un pequeño
fragmento de la verdad. Esto nos conduce de nuevo a las posiciones
fundamentales vistas con anterioridad: negada la posibilidad de conocimiento a
la amplia mayoría se niega también la virtud y, de ese modo, queda abolida la
posibilidad del pueblo para autogobernarse.
Esto
suponía todo un ataque directo a las premisas básicas de la polis. Aristóteles
es elegido de nuevo para manifestar el punto de vista común que el hombre
griego tenía al respecto. La premisa básica de su ética y su política es que la
virtud es carete politike (es decir,
virtud cívica o social): «Para Aristóteles, como para la mayoría de los
griegos, cada ciudadano poseía –por su
naturaleza misma como animal social– las virtudes elementales, necesarias
para una vida comunitaria. No necesitaba ser un maestro en metafísica, pero
tenía que poseer la mínima y necesaria cantidad de razón, el logos, y mediante ella tener la
capacidad de distinguir el bien del mal.» (p. 47). La divergencia entre
Sócrates y Atenas parece por lo tanto insalvable en este sentido.
Esta
misma diferencia queda reflejada por el antagonismo entre Sócrates y los sofistas.
Los sofistas se proclamaban a sí mismos maestros de conocimiento y virtud, es
por ello por lo que Sócrates los consideraba unos impostores. Tras esta
animadversión Stone cree encontrar un prejuicio de clase por parte de Sócrates:
los sofistas encontraban mayoritariamente sus discípulos entre una clase media
emergente que había conseguido derechos políticos gracias a su intervención y
ayuda militar a la aristocracia. Esta clase media necesitaba la retórica y la
lógica que enseñaban los sofistas para conseguir el dominio del lenguaje y de
la razón necesarios para defender sus intereses en las asambleas y en los
tribunales de justicia (los litigios eran muy comunes en la Grecia antigua).
Pero
sin lugar a dudas, la principal causa de animadversión entre Sócrates y los
sofistas está en el hecho de que por primera vez, entre los sofistas había
pensadores que defendían la igualdad del hombre. Antifón fue el primer
filósofo en afirmar la igualdad del hombre en la filosofía griega, también
negaba las diferencias entre griegos y barbaros y no creía que la nobleza fuera
una cuestión de nacimiento. Por otro lado, para Antifón virtud y conocimiento
estaban (como ocurre con Sócrates) unidas, sin embargo para el sofista todos
los hombres podían aprender la virtud. Diferenciaba entre ley natural y ley de
la ciudad (que es hecha por el hombre) y es posible que fuera el primer teórico
de la Asistencia Social. Otro sofista, Alcídamas, parece haber sido el primero
en poner en duda la práctica de la esclavitud algo que nunca hicieron Sócrates
o Platón, Aristóteles incluso la consideraba como algo «natural».
Pero
el más conocido de los sofistas fue Protágoras, el único de ellos al que
Sócrates y Platón tratan con respeto. Para Protágoras la virtud cívica es un
arte que todos los ciudadanos de la polis conocen como resultado de un don de
Zeus (que les entregó aidos y dike). Es decir, al contrario de lo que
pensaba Sócrates, que creía que solamente un experto debe ser el encargado de
dirigir los intereses de la mayoría (una mayoría que era incapaz de acceder a
la virtud), Protágoras (expresando según Stone la ideología más extendida en la
Atenas de Pericles) creía que todo hombre estaba capacitado y debía participar
en el gobierno de la ciudad porque en esa participación se fundamenta la
verdadera comunidad y el progreso y seguridad de la polis.
V. El valor como virtud.
El
término griego areté, que nosotros
traducimos como virtud, parece haber estado asociado originalmente con el valor
en la batalla. De ese modo, cuando Sócrates trató de definir la virtud pensó en
el valor como en uno de los componentes, de esa manera propone que el valor,
así como la virtud, es también conocimiento.
En
su Ética a Nicómaco Aristóteles
cuestiona la noción de Sócrates del valor como conocimiento poniéndonos el
ejemplo del soldado profesional frente al soldado que lucha por su ciudad. El
valor del soldado profesional procede de su conocimiento y experiencia en la
batalla, pero como nos muestra Aristóteles hay circunstancias en que el
conocimiento puede perjudicar el valor: nos pone el ejemplo de una situación en
la que soldados profesionales se saben en gran desventaja frente al enemigo
gracias a su conocimiento de experiencias previas, en este caso serían los
primeros en salir huyendo. No ocurre lo mismo con los ciudadanos que se
mantendrán firmes en dicha situación. Esto es debido a que Aristóteles
considera el valor como una virtud social que emana de una doble fuente: por un
lado el deber, el patriotismo, la devoción hacia los compañeros y la fe en una
causa común, pero por otro esos soldados soportan los peligros por el aidos, el miedo al reproche, el
sentimiento de vergüenza que sentimos ante el qué dirán los otros si huimos.
Esta doble motivación distingue
notablemente a las tropas atenienses de otros ejércitos como por ejemplo el
persa (que son obligados a luchar como esclavos).
A
continuación Stone centra su planteamiento en la crítica a la dialéctica negativa
que caracteriza el discurso socrático según su opinión. Nos muestra como muchos
autores han reconocido este problema de las disquisiciones de Sócrates que, en
un intento de extraer de sus interlocutores los pensamientos, no consigue sino
enredarlos.
Por
último, el autor tratará acerca de la postura de Sócrates sobre la enseñanza.
A pesar de haberse dedicado a la enseñanza durante toda su vida Sócrates no se
define como educador. Según el autor tras esta negativa se esconden tres
razones poderosas: una razón política,
que es consecuencia de su punto de vista antidemocrático; una razón filosófica que se relaciona con su
búsqueda de certezas absolutas (de la virtud y del conocimiento), encontrando
que eran inalcanzables; y por último una razón
personal: «La razón personal puede haber sido que los más famosos
discípulos de Sócrates –el futuro dictador Critias y el brillante pero alocado
Alcibíades– se volvieron indignos e hicieron mucho daño a Atenas. Se citaron
sus trayectorias como prueba de que Sócrates como maestro de la virtud fue un
fracaso. Al negar que fuese un maestro, negaba su responsabilidad por sus
conductas reprobables.» (p. 71).
VI. A la caza de lo imposible.
Para
Sócrates no puede ser conocido aquello que no puede definirse de forma
inmutable. En ese sentido se puede diferenciar entre doxa, aquello que carece de definición absoluta, y episteme, que es considerado como el
verdadero conocimiento. Esa episteme ha sido traducida normalmente como ciencia
o conocimiento científico, pero hace más bien referencia a la definición
absoluta, la mayor aportación de Sócrates a la historia del
pensamiento, según Aristóteles.
Podemos
ver en esa búsqueda socrática de lo absoluto como una reacción contra la visión
del filósofo presocrático Heráclito, que afirmaba la identidad de los
contrarios.
La
búsqueda de la definición de Sócrates sitúa a sus discípulos en direcciones
completamente opuestas entre sí: mientras Antístenes, el más joven de sus
discípulos, lleva al más completo escepticismo y niega la posibilidad del
conocimiento, por otra parte Platón (prototipo del hombre conservador) dirige
su filosofía hacia un mundo lejano, el mundo de las «ideas» eternas e
inmutables, a las que llamó el mundo real. Ahora bien, tan diferentes
conclusiones y variados sistemas filosóficos extraídos de las ambigüedades del
maestro tienen un punto en común: todos los discípulos sacan de ellas conclusiones
antidemocráticas (es uno de los pocos puntos en que coinciden
Antístenes y Platón).
Stone
pasa a describir la misión divina que el oráculo de Delfos encarga a Sócrates y
cómo de esta surgen los problemas del filósofo griego. Tenemos dos fuentes que
cuentan la noticia de esta misión divina: Jenofonte y Platón. El interés de la
primera está en su inmediatez, el de la segunda en su mayor elaboración,
belleza y más detalle de lo ocurrido. Uno de los discípulos de Sócrates,
Querefonte, se acerca al oráculo de Delfos para preguntar por Sócrates y por si
existe en toda Atenas un hombre más sabio que él: la respuesta del oráculo es
que Sócrates es el hombre más sabio. Sócrates considera que en esta respuesta
hay cierto enigma oculto así que considera que su misión a partir de ese
momento es preguntar a sus conciudadanos para poder encontrar una respuesta a
la enigmática situación. Aquí está según Stone el comienzo de sus problemas:
«Pues descubrió que mientras él no sabía nada, ¡los demás todavía sabían menos
y ni siquiera se daban cuenta de su ignorancia! Así que, a pesar de sus
elaboradas protestas, tanto el Sócrates de Platón como el de Jenofonte, se
consideraba mejor que el resto de los mortales.» (p. 90).
La
pregunta que se hace a continuación Stone es importante, ¿cómo puede la
sabiduría crearle problemas a un hombre en una ciudad como Atenas, centro
cultural e intelectual del momento? Estos problemas están dados por el fin peculiar
que la sabiduría socrática tenía: un fin político. Sócrates tenía la
intención de demostrar con su búsqueda de definiciones que los miembros de la
Asamblea (tanto los politikoi u
hombres de estado, los poetas y los
artesanos) eran simplemente idiotas, incapaces de dar una definición
satisfactoria de la tarea que llevaban a cabo en la ciudad. Pero es más, los
problemas de Sócrates vinieron por otra parte, por extender esta tarea suya
hacia los jóvenes: muchos de los jóvenes de la aristocracia ateniense imitaron
su ejemplo, aplicaron la dialéctica negativa para interrogar a los miembros de
la Asamblea y demostrar su incompetencia (claro está, esa incompetencia se
refiere a cuestiones filosóficas, lo que no es un índice de incompetencia
política ni mucho menos, como nos recuerda Stone).
Tan
solo en el diálogo platónico Gorgias
Sócrates deja a un lado momentáneamente su máscara de falsa modestia para
mostrar su desprecio hacia los cuatro líderes más importante de Atenas (tanto
del momento como de épocas precedentes): Temístocles, Pericles, Milcíades y
Cimón. El hecho que resulta resaltable es que entre esos cuatro líderes existe
una fuerte divergencia: dos de ellos pertenecen a lo que podemos bando
democrático y los otros dos al bando oligárquico, pero todos tienen en común el
hecho de que el poder debe residir en los habitantes de Roma (su diferencia
estriba en la cantidad de personas que deben ostentar el poder). La crítica a
estos mandatarios (orgullo de los atenienses) no fue el motivo que empujó a la
condena a Sócrates, la verdadera ofensa, según Stone se encontraba en las
premisas filosóficas sobre las que apoyaba su ataque a la ciudad, a los líderes
y a la democracia: «Naturalmente que el gobernante de una ciudad, o cualquier
político, debía ser «el que sabe». Pero ¿qué es lo que debía saber? Una
respuesta con sentido común entonces y ahora sería: lo suficiente sobre asuntos
extranjeros, comercio, defensa, obras públicas, problemas económicos y sociales
para dirigir sabiamente la ciudad. Pero para Sócrates, el hombre «que sabe»
tenía que ser además un filósofo profesional. Su «conocimiento» tenía que
versar sobre una quimera metafísica especializada.» (p. 96).
En
esta fórmula socrática de dar el gobierno al hombre «que sabe» se funda la
teoría de los reyes-filósofos de Platón. Aunque Sócrates va más allá al negar
la capacidad de gobernar a nadie (ni siquiera a él mismo). Por ello afirma
Stone que su postura llevaba a un callejón sin salida. La aplicación de las
teorías de Sócrates a la polis trae
consigo consecuencias muy negativas: un ejemplo de ella la encontramos en el
corolario socrático de la ecuación virtud es igual a conocimiento: «Si la
virtud es conocimiento y el «conocimiento» es inalcanzable, «nadie puede saber
nunca lo que hace». Nadie es culpable, todo criminal puede ser absuelto.» (p.
97).
VII. Sócrates y la retórica.
Aunque
la retórica y la oratoria comienzan en Homero, toman especial importancia
cuando la polis (tanto oligárquica
como democrática) consiguió el autogobierno. En este tipo de gobierno cobraron
especial importancia la Asambleas y los Tribunales: donde el papel de la
retórica resulta fundamental si los ciudadanos querían proteger sus intereses.
A este respecto resulta interesante comentar el nacimiento de los manuales de
retórica tras la expulsión de los tiranos de Sicilia, a mediados del siglo V
a.C.: «Los exiliados, cuyas propiedades habían sido expropiadas por los
dictadores, volvieron a casa y apelaron ante los tribunales para que les fueran
restituidas. Necesitaban el aprendizaje de la retórica para argumentar con
éxito en los procesos abiertos contra los que habían adquirido los «objetos
robados» de los tiranos. Cicerón argumentó que el arte de la oratoria fue el
«hijo» de un orden constitucional bien establecido» (p. 101).
A
pesar de esto, el Sócrates platónico trata con desdén la retórica lanzándole
ataques en dos de sus más importantes diálogos: el Fedro, en el que nos habla de una verdadera retórica que consiste
no únicamente en tratar de persuadir a los demás sino en una tarea solo apta
para unos pocos: «percibir la naturaleza del espíritu y su relación con lo
divino y captar la visión de las Formas Ideales que existen invisibles a los
mortales ordinarios, muy por encima de las esferas celestes.» (p. 101). Por su
parte en el diálogo titulado Gorgias
compara el arte del orador con el del pastelero, identificando la retórica con
la adulación. Stone cree que Sócrates comete un gran error al confundir
persuasión con adulación, el filósofo griego consideraba que los oradores (del
mismo modo que los poetas) sacrifican el bienestar público a sus propios
intereses personales cuando solamente tratan de complacer a la ciudadanía
portándose con estas asambleas como con niños.
En
su Retórica Aristóteles rebate los
argumentos socráticos afirmando en primer lugar que virtud y polis solo eran
posibles gracias a que la humanidad poseía un mínimo de «virtud cívica» y de
logos que le permite distinguir el bien del mal y lo justo de lo injusto. Esta
es la creencia que constituye el fundamento de la democracia según Stone. Para
Aristóteles la retórica es el modo de argumentar en los Tribunales y las
Asambleas y tiene la misma importancia que tiene la dialéctica de las escuelas
filosóficas. El autor nos habla de empiricidad de Aristóteles, del hecho de que
resulta muy probable que su profesión médica le llevara a tener más presente la
observación, y a desconfiar de los absolutos. La medicina en la antigua Grecia
puede ser considerada como la primera rama de investigación científica en el
sentido actual del término.
La
desconfianza aristotélica de los absolutos también tiene importantes
repercusiones en el plano de la ley: para Aristóteles la declaración universal
de la ley no se aplica a todos los casos sino solamente a la mayoría, en ese
sentido la equidad o imparcialidad (en griego epieikeia) supone una rectificación de la ley allí donde es
defectuosa debido a su generalidad.
VIII. La vida innoble.
En
este capítulo Stone pasa a considerar la tercera divergencia entre Sócrates y
su ciudad. Trayendo otra vez a colación a Aristóteles como representante del
punto de vista común entre los griegos, el autor nos muestra cómo para éstos el
individuo solo puede alcanzar una vida noble cuando está asociado con otros en
una comunidad. Este es el tercer punto con el que Sócrates entra en divergencia
con sus conciudadanos: Sócrates predicaba y practicaba la abstención de la vida
política como algo necesario para la perfección del alma. Sócrates nos da una
lección de conveniencia o de cobardía, pero no de virtud cuando en la Apología asegura que uno tiene que ser
un idiotes y abstenerse de los
asuntos del demos si desea salvarse.
Sócrates
en cuanto filósofo hubiese sido muy necesario en la vida de la ciudad, sobre
todo, nos dice Stone, en dos momentos cruciales para la misma: en el debate
sobre Melos y en el debate sobre Mitilene. Stone nos lleva a la Guerra del
Peloponeso, uno de los momentos más críticos de la historia de la antigua
Grecia. Melos es una isla ciudad-estado y colonia espartana que se sitúa en
aguas egeas dominadas por Atenas. En la guerra del Peloponeso la flota y los recursos
de Melos hubieran sido de gran ayuda para Atenas en la lucha contra Esparta. Su
neutralidad fue tomada como una ofensa ante los ojos de Atenas por lo que tomó
represalias sitiándola y masacrando a los supervivientes. A pesar de que
Sócrates tenía entonces unos 53 años y una influencia considerable no intervino
para tratar de cambiar esta situación (¿debido al activo papel que en ella jugó
su discípulo preferido Alcibíades?). Por otra parte, nos cuenta Stone, Sócrates
podría haber tomado buena cuenta de lo ocurrido en Mitilene y del importante
papel que jugó Diodoto (el autor lo retrata como un ciudadano común del que
nada más se vuelve a saber). Mitilene se encontraba en una situación muy
parecida a la de Melos, la Asamblea debatía acerca de su situación, pero cuando
la ciudad ya había sido juzgada y condenada a la destrucción Diodoto presentó
una serie de argumentos de gran practicidad que evitaron la matanza y
consiguieron un aliada para la ciudad.
Una
de las razones que esgrime una y otra vez para explicar su abstención de la
vida pública de Atenas era que quería ocuparse de su alma y conservarla pura.
Stone saca como conclusión de esta afirmación el hecho de que para Sócrates los
asuntos cívicos tenían algo de sucios o incluso de «pecaminosos» como algo más
tarde dirían los cristianos. Esta tensión entre vida pública y vida privada
puede haber sido un legado pitagórico puesto que esta secta filosófica ya había
afirmado que el cuerpo es la tumba del alma, algo a lo que sobre todo Platón
dará posteriormente su beneplácito. En cualquier caso con ella se rompe con el
punto de vista clásico que consideraba que alma y cuerpo formaban una unidad.
Pero
Sócrates no solo practica esta abstención a la vida pública, sino que la
predicaba entre los jóvenes, era un punto esencial de su enseñanza. Aristóteles
(nuevamente) se encuentra más cercano al ideal clásico: desarrollo su ética y
su política partiendo de la premisa de que la virtud no es solitaria sino
política y cívica.
IX. Los prejuicios de Sócrates.
Tan
sólo una vez Sócrates aconseja a un discípulo meterse en cuestiones políticas.
En las Memorables de Jenofonte,
Sócrates anima a Cármides a que participe en la vida pública uniéndose a los
debates de la Asamblea. Cármides se resiste poniendo como excusa su timidez a
la hora de hablar en público. En la respuesta que Sócrates da a Cármides se
puede ver el desprecio que el filósofo griego muestra hacia la Asamblea: «Las
personas sabias no te producen timidez» le dice Sócrates a Cármides, «sin
embargo, te da vergüenza dirigirte a una Asamblea de tontos y cobardes».
Sócrates desprecia las ocupaciones comunes y, según él, vulgares, que están
representadas en la Asamblea. Esto es algo que resulta inconveniente viniendo
de un filósofo, pero mucho más si tenemos en cuenta la propia clase social de
la que procede Sócrates. Stone pasa a
tratar de analizar de qué forma el filósofo que nos ocupa se ganaba la vida, y
nos dice que su única fuente de ingresos procede de la herencia dejada por su
padre, un artesano picapedrero. Esta fuente de ingresos resulta muy pequeña,
pero Sócrates siempre argumentaba que el más rico es el que menos necesita y no
el que más tiene (algo que habría que habérselo preguntado a Jantipa, su mujer,
que siempre estaba quejándose de las penurias económicas con las que tenía que
lidiar). Un buen indicador de la situación social de Sócrates es el servicio
militar que había prestado: fue un hoplita,
un soldado armado a pie, es el grado militar clásico de la clase media ateniense.
En ese sentido encontramos que el desdén con que Sócrates se refiere a los
miembros de la Asamblea está dirigido a los de su propia clase, un desdén que
agradaba a sus discípulos.
Pocos
de los que reverencian a Sócrates como inconformista son conscientes de que su
rebelión era contra una sociedad abierta y que admiraba una sociedad cerrada:
en efecto, Sócrates despreciaba la democracia e idealizaba a Esparta.
En
Las aves por ejemplo, Aristófanes nos
lo presenta como el ídolo de los descontentos de Atenas y partidarios de
Esparta. En el diálogo platónico Gorgias,
por otra parte, Sócrates aparece mofándose de todos los hombres de Estado de
Atenas y llega a acusar a Pericles de haber convertido a sus conciudadanos en
«perezosos, cobardes, parlanchines y codiciosos», en clara referencia a la
opinión espartana sobre sus vecinos atenienses. Pero quizás la más clara
muestra de la filiación socrática hacia Esparta puede que se encuentre en el
diálogo imaginario que Sócrates mantiene con las Leyes de Atenas antes de su
ejecución, como nos relata Platón en su diálogo Critón. Esa afiliación que el maestro de Platón sentía hacia las
formas de ser, comportarse y gobernar espartanas puede resultar a nuestros ojos
un auténtico enigma: «Esparta y Creta eran cultural y políticamente las dos
regiones más atrasadas de la antigua Grecia. En ambas, las tierras eran
cultivadas por siervos sometidos a la esclavitud (al menos en Esparta, mejor
conocida que Creta) por una policía secreta y una casta militar gobernante que
practicaba un «apartheid» que al lector moderno le recuerda a Sudáfrica.» (p.
136).
Pero
¿por qué entonces Sócrates no emigró a Esparta? La respuesta era entonces bien
conocida, pero hubiera resultado embarazosa: Sócrates, en tanto filósofo, no
hubiera sido bienvenido a Esparta. Es cierto que muchos de los atenienses
partidarios de Esparta buscaron refugio allí (Jenofonte o Alcibíades, por
ejemplo), pero no lo hicieron en tanto que intelectuales sino en cuanto
guerreros. La aristocracia ateniense admiraba e idealizaba a Esparta porque en
esta sociedad la clase media de artesanos y mercaderes (de gran importancia en
la historia ateniense) estaba excluida de la ciudadanía. Esto se llevó a cabo a
un alto precio: era necesaria una dictadura militar para mantener a la clase
media y a los esclavos sumisos, eso hizo que la cultura se viera fuertemente
constreñida: no tenía teatro, la poesía era sumamente pobre la música marcial y
la filosofía una auténtica nulidad. Muy significativo del tipo de sociedad que
era Esparta era la costumbre de expulsar a los extraños (xenelasia), se trata de una auténtica paranoia hacia lo extranjero
y se refiere tanto al hecho de dejar entrar a extraños como a dejar salir a
propios. Se trata de una actitud que contrasta fuertemente con la apertura que
es característica del pueblo griego, especialmente de Atenas: un pueblo marino,
comerciante y explorador.
SEGUNDA
PARTE: LA PRUEBA
![]() |
Busto de Sócrates. Museo del Louvre Fuente (Wikipedia) |
Sócrates
no actuaba de forma clandestina, sus opiniones podían ser escuchadas en
cualquier esquina. En Atenas, por otra parte, no existía una policía secreta
que evitara la actuación de potenciales rebeldes o revoltosos como sí había en
Esparta. Era el teatro el que, del mismo modo que la prensa en nuestros días,
proporcionaba cotilleos y castigaba a los políticos cuando cometían errores.
Sería
un error creer, como afirma Sócrates en la Apología
de Platón, que fueron los comentarios y burlas de los poetas el origen de
los prejuicios contra él. Aunque fuera el blanco favorito de sus ataques
Sócrates no estaba ni mucho menos desacreditado en su ciudad: «Por el
contrario, esto era un reflejo de su fama y popularidad. A los ateniense les
gustaba los excéntricos y disfrutaban con los chistes.» (p. 146). Los chistes
de los comediantes y poetas no se tenían en cuenta hasta el punto de condenar a
un hombre por su causa, de ser así la mayor parte de los hombres de Estado
hubiera terminado en la cárcel.
En
otros escritos platónicos, Sócrates se queja de que sus conciudadanos piensen
que los que reflexionan sobre las cosas del cielo y las cosas de la tierra son
unos librepensadores que no creen en los dioses. Pero Stone responde a esta
acusación trayendo a colación, por un lado, a los sofistas, que aunque también
se encargaban de esas cuestiones eran muy apreciados por la ciudad de Atenas y,
por otro lado a los filósofos presocráticos, fundadores de la filosofía y la
ciencia tal y como la conocemos: la mayoría de ellos no se ocupan de cuestiones
teológicas (un término que no aparece hasta la República de Platón), pero cuando lo hacen echan por tierra todo lo
admitido (el caso paradigmático es el de Jenófanes), sin embargo estos
filósofos no fueron perseguidos según Stone.
En
resumidas cuentas: no fueron las ideas de Sócrates sobre filosofía o teología
los que le trajeron problemas, sino sus puntos de vista sobre cuestiones
políticas.
XI. Los tres terremotos.
Si
en Atenas cualquiera podía presentar una acusación, ¿por qué se esperó hasta que
tuviera setenta años para acusar a Sócrates? Hay una doble respuesta para esta
pregunta: en primer lugar, Atenas debió ser muy tolerante con la opinión de los
descontentos, en segundo lugar, algo debió suceder al final de la vida de
Sócrates para acabar con esa tolerancia.
Tres
terremotos
políticos tuvieron lugar una década antes del juicio contra Sócrates,
en el 411, en el 404 y en el 401 a.C., en esas fechas los descontentos
derrotaron la democracia instalando dictaduras y una época de terror. Estos terremotos
políticos cambiaron de manera radical la visión del tipo de hombre joven, rico
e influyente que había formado el séquito de Sócrates, ya no parecía tan
gallarda como la dibuja Aristófanes en Las
nubes o Las aves: se habían convertido en miembros
de las tropas de asalto que defendían la dictadura y que sembraban el terror.
En
los años 411 y 404 la democracia no fue derrocada por una revuelta popular sino
por un grupo de conspiradores (synomosías)
que tuvieron que aliarse con los espartanos para llegar al poder. En la Apología de Platón, Sócrates niega haber
participado en este tipo de club de conspiradores aristócratas. Según Stone es
esta la única ocasión en la que se alude directamente a la cuestión política
que subyace en el juicio. La primera alusión a este tipo de sociedades la
encontramos en Tucídides cuando nos habla del famoso episodio de la mutilación
de los Hermes, cuando la armada ateniense se preparaba para luchar contra
Siracusa. Tras este incidente se generó una conspiración aristocrática
encabezada por el general Pisandro y que acabó con la derrota de la democracia en Atenas en el año 411. Hubo una situación similar al final de la guerra del
Peloponeso, tras la derrota ateniense. En este caso fue la misma Asamblea la
que puso fin a la democracia por el miedo a las represalias que pudiera tomar
el partido oligárquico. Ese fue el modo en que los Treinta llegaron al poder.
Muchos de los Treinta habían estado exiliados en Esparta y dependían de un
ejército privado de jóvenes espartanos para atemorizar a los ciudadanos. Estos
jóvenes recordaban a los atenienses a los discípulos de Sócrates que estaban
locos por Esparta. Cuando el filósofo fue a juicio en el año 399 a.C., muchos
debieron recordar a esos jóvenes a los que Sócrates incitaba contra la
democracia.
Para
entender cómo los acontecimientos del 411 y del 404 a.C. debieron cambiar las
actitudes del pueblo hacia Sócrates es necesario entender cómo se restauró la
democracia en ambas ocasiones. En el 411 y en el 404 la democracia fue derrocada
por una coalición de los aristócratas y la clase media contra los pobres. Pero
esa coalición se rompió debido a que los aristócratas quisieron establecer una
dictadura basada en el sufragio limitado de los propietarios. Para defenderse,
la clase media tuvo que aliarse con los pobres y restablecer la democracia. Fue
un período, nos dice Stone, de gran convulsión, en el que se puso en jaque los
derechos fundamentales y de la propiedad de una forma nunca antes vista en la
historia de Grecia. Pues bien, en todo este fatídico proceso, Sócrates se quedó
al margen, no intervino ni por un grupo ni por otro. Puede ser, nos dice el
autor, que no le importara lo suficiente su ciudad.
Stone
nos pone un ejemplo del desprecio de Sócrates a la democracia, a los pobres y a
la justicia social trayendo a colación el diálogo platónico Eutifrón, en el que se nos habla del
conflicto de obligaciones que provoca en un hijo el hecho de acusar a su padre
de asesinar a un esclavo de su plantación. En ese diálogo Sócrates no muestra
ningún tipo de compasión hacia la muerte del esclavo (del que ni siquiera
llegamos a saber su nombre), al contrario, acusa a Eutifrón de falta de piedad
al querer acusar a su propio padre. Esta actitud, tras los acontecimientos que
tuvieron lugar en el 411 y en el 404, hubiera sido algo visto con malos ojos en
Atenas.
El
hecho de haber permanecido en la ciudad durante la dictadura fue visto como un
signo de deshonor por muchos atenienses. Sin embargo, debido a la amnistía con
que se puso fin a la tiranía, no se pudo acusar a Sócrates de este cargo. Más
problemático, sin embargo, resulta el hecho de que siguió con sus enseñanzas
antidemocráticas dirigidas hacia la juventud una vez que la democracia fue
restaurada, sobre todo tras la intentona golpista que volvió a tener lugar tan
solo dos años antes del juicio de Sócrates, en el 401 a.C. Para Stone este
hecho es una de las principales causas de la acusación contra Sócrates.
XII. Jenofonte, Platón y los
tres terremotos.
Stone
pasa a analizar las diferencias entre los discípulos de Sócrates en lo
referente a los tres terremotos políticos de los que hablamos en el capítulo
anterior. Pues bien, existen diferencias patentes entre ambos autores, unas
diferencias que se muestran, en primer lugar, en el grado de oposición al
mandato de los Treinta: Jenofonte nos habla de cómo los Treinta prohibieron a
Sócrates las enseñanzas del techne logou
(el discurso razonado) así como la enseñanza a los jóvenes. En cualquier caso,
y a pesar del intento de Jenofonte por mostrar la oposición de su maestro al
régimen dictatorial, las protestas del Sócrates ante el mismo resultan
decepcionantes: podía haber utilizado su influencia para llevar a su amigo y
discípulo Critias por el camino de la virtud, pero el filósofo solo estaba preocupado
por la búsqueda de definiciones absolutas.
¿Por
qué Platón, por otra parte, no menciona la ley que prohíbe la enseñanza del techne logou por parte de Sócrates como
alegato de la defensa de su maestro en la Apología?
Con esta prohibición los Treinta solo trataban de limitar los derechos de los
ciudadanos: «No querían que los ciudadanos aprendieran las artes que le podían
capacitar para participar en el gobierno. Odiaban las Asambleas populares y las
artes del debate público. Debieron ver el techne
logou como algo potencialmente subversivo y lo prohibieron.» (p. 174). Ahí
está la respuesta a la pregunta de por qué Platón no lo menciona: él mismo en
su República (boceto de lo que
considera su ciudad ideal) restringe la enseñanza de la dialéctica para conservar
el poder absoluto en manos de unos pocos.
No
hay mención alguna al régimen de los Treinta en los diálogos de Platón, a pesar
de que el discípulo de Sócrates contaba con veinticinco años cuando tuvieron
lugar esos acontecimientos. Tan solo en la Carta
Séptima se alude a la pronta desilusión que Platón sintió con el nuevo
régimen tras ver lo que estaban haciendo, algo que parece indicar según Stone
que no fue autor de la misma. En los diálogos, sin embargo, sí se guarda un
grato recuerdo de Critias y Cármides (aparecen envueltos en una especie de halo
dorado). Pero se olvida curiosamente a Terámenes (considerado por Aristóteles
como ejemplo de moderación durante las revueltas del 411 y el 404 a.C.). La
adoración hacia Criticas está presente incluso en la Academia platónica, una
adoración que viene fomentada por dos persuasivos diálogos, el Timeo y el Critias. Stone nos dice acerca de estos diálogos que: «Así como
Crítias se propuso transformar la naturaleza de la sociedad ateniense, Platón
en el Timeo y en el Critias se propuso transformar la
historia griega y la ideología política ateniense.» (p. 177).
La
democracia ateniense se inspiraba en dos victorias legendarias: en primer
lugar, en la victoria sobre los persas, considerada como el triunfo de los hombres
libres sobre el despotismo. En segundo lugar, en la victoria de Teseo, que
consiguió aunar todas las ciudades independientes esparcidas por el Ática con
la ciudad-estado de Atenas, para lo que movilizó tanto al «demos» como a los
propietarios rurales contra los «reyes». Stone nos dice que estas historias no
son más que mitología política, la verdadera democracia no se consiguió hasta
siglos después.
En
el Timeo y en el Critias Platón trata de sustituir estos mitos democráticos por una
versión autoritaria. En el Timeo nos
habla del mito de la Atlántida en un intento, según Stone, de revestir a la
sociedad ideal platónica presentada en la República
del prestigio de la antigüedad. Con ese mito Platón trata de sustituir las
guerras persas en las que Atenas, gracias a su democracia, fue capaz de salvar
a Grecia del yugo persa.
En
la República también nos ofrece
Platón una «mentira noble» a partir del mito de las razas metálicas: con ese
mito su propósito era inculcar en las clases bajas y medias un sentimiento de
inferioridad para que de ese modo sean sumisas ante los reyes filósofos: «Su
solución fue un sistema complicado de enseñanzas ideológicas, impuestas por el
Estado, ya desde la infancia, mediante las cuales «la masa» se acostumbraría a
pensar de sí misma que era inferior. Se les tenía que enseñar que habían nacido
–y debían permanecer– esclavos y desiguales; entonces, razonaba Platón,
obedecerían voluntariamente a los mayores autoelegidos.» (p. 180).
En
este mito los hombres quedaban divididos en cuatro razas a pesar de haber
nacido todos iguales: una minoría de gobernantes filósofos, la casta militar
que refuerza la voluntad de los primeros, la clase media de comerciantes y
artesanos y la clase de los trabajadores. Vemos como para Platón su sociedad ideal
debía estar vigilada por una policía interna, del mismo modo que la de Critias
estaba sostenida por jóvenes espartanos que actuaban como mercenarios: el
objetivo en ambas sociedades era erradicar cualquier tipo de oposición.
Por
otro lado, en la República también se
nos habla de la búsqueda de la pureza racial. Se llega incluso a afirmar la
necesidad de expulsar a todos los mayores de diez años para que los filósofos
puedan remodelas las costumbres y pensamientos de los niños. Como afirma Stone,
es una suerte que estas ideas no estuvieran presentes cuando Sócrates fue
acusado, ya que hubiera sido difícil convencer al jurado de que sus ideas no
estaban detrás de las actuaciones de otros discípulos, del mismo modo que
estaban tras la de Platón.
XIII. El acusador principal.
Este
capítulo lo dedica Sócrates a Anito, el acusador principal en el juicio contra
Sócrates. Anito era un rico curtidor que había desempeñado un importante papel
en la resistencia armada que derrotó a Critias y restauró la democracia. Después
de la restauración de la democracia Anito se ganó el respeto de sus
conciudadanos al no utilizar su influencia política para recuperar los bienes
que le habían arrebatado.
Aunque
existen algunas versiones que narran la muerte de Anito como represalia ante su
papel en la muerte de Sócrates, Stone nos dice que son simples rumores frutos
del aura de respeto con que la genialidad de Platón había revestido a su
maestro. La única fuente fiable que tenemos y que trata acerca de la cuestión (Contra los comerciantes de grano de
Lisias) nos habla de un Anito todavía influyente diez años después de la muerte
de Sócrates. No hay tampoco reacciones en contra ante el veredicto de muerte en
la literatura del momento: ni en el teatro, ni en Demóstenes, etc., tan solo Esquines
se refiere a su muerte y nos habla de ella como algo justamente recibido.
Hay
según Stone una cuestión que va más allá de la política en la animadversión que
Anito sentía hacia Sócrates: se trata de una cierta rivalidad por el afecto de
su hijo. Sócrates reprocha que Anito quiera educar a su hijo en el negocio
familiar, curtir pieles, por considerarlo algo de escasa dignidad. Anito, por
su parte, trató de evitar por todos los medios que su hijo se convirtiera en
uno de los jóvenes seguidores de Sócrates admiradores de Esparta y que detractores
la democracia.
XIV. Cómo Sócrates hizo cuanto
pudo para enemistarse con el jurado.
En
un juicio criminal ateniense el jurado votaba dos veces: en la primera votación
se decidía sobre la pena o la absolución. Si el veredicto era la condena en una
segunda votación se decidía la pena que se iba a aplicar. Según afirma Stone
una de las mayores sorpresas para Sócrates fue la escasa diferencia de votos en
su contra, tan solo treinta votos lo separaban de un empate que lo hubiera
absuelto.
Sócrates
quería ser condenado y, por ello, hizo todo lo que había en su mano para
enemistarse con el jurado: trató de provocar a los miembros del jurado con sus
palabras arrogantes y presuntuosas (es el sentido negativo de la palabra megalegoria, un término que normalmente
ha llevado a confusión en este contexto).
¿Por
qué Sócrates no preparó una defensa elocuente ante un jurado fácilmente
impresionable por la retórica? La explicación que él mismo les da a sus
discípulos es que su daimonion le
disuade constantemente para morir, tratando de esa manera de evitarle por todos
los medios los problemas de la vejez. El juicio se convierte así en el modo
oportuno de suicidarse placenteramente bebiendo cicuta. Por ese mismo motivo
las palabras de Sócrates causan por dos veces en el juicio thórybos (un murmullo de desaprobación) entre los miembros del
jurado: en primer lugar cuando les habla de la existencia de su daimonion, o como lo llama Stone su
«oráculo privado divino». En segundo lugar, cuando el oráculo de Delfos lo
proclama como el hombre más sabio de toda la ciudad.
La
determinación de morir que tiene Sócrates se hace más evidente en la segunda
parte del juicio cuando el jurado debía votar la pena que le iba a imponer.
Aunque a primera vista parecía poco probable la pena de muerte, finalmente el
juicio terminó con una mayoría más grande a favor de esta sentencia que la que
había votado a favor de la condena. ¿El motivo? Sócrates hizo todo lo posible
para que esto ocurriera: se mofó del jurado estableciendo como contraoferta de
la condena el hecho de recibir un lugar de honor en el Pritaneo por el resto de
su vida, más tarde sugirió una cifra ridícula como multa (una mina), algo que
debió resultar completamente ofensivo para los jueces. Para cuando los
discípulos lograron convencerlo para establecer una suma sustanciosa ya era
demasiado tarde: «Si Sócrates hubiera propuesto al principio esta multa de
treinta minas, hubiera parecido suficiente a un jurado que estaba, por tan poco
margen, dividido en la votación de condena. Pero las dos primeras propuestas
ofrecidas por Sócrates al jurado les debió parecer que se estaba riendo de
ellos y que miraba al juicio con desprecio, como en realidad sucedía.» (p.
203).
Ese
mismo deseo de morir se muestra en el diálogo platónico Critón. Su protagonista, que da nombre al diálogo, es un rico
comerciante discípulo de Sócrates que propone a su maestro la huida como vía de
escape a la condena. Los admiradores de Sócrates en otras ciudades estaban
esperando a su maestro para recibirle tras su huida. Como nos dice Stone, ésta
era una opción común en Atenas y también en la antigua Roma, con ella se
trataba de conseguir una reflexión más calmada por parte de los jueces para,
después de un tiempo, volver a la ciudad (ese procedimiento fue seguido por
algunos de los discípulos de Sócrates como, por ejemplo, Alcibíades). Sin
embargo, Sócrates está decidido a permanecer en la ciudad y morir. Entonces
Critón le recrimina a su maestro el modo en que está llevando el juicio, le
dice que la gente pensará que sus discípulos no tuvieron la suficiente valentía
como para organizar su huida. Para defenderse de esta crítica Sócrates entabla
un diálogo imaginario con una personificación de las Leyes de Atenas, donde se
deja convencer por éstas de que lo justo es obedecer el veredicto y morir.
El
debate entre Sócrates y sus discípulos sobre su determinación a morir continúa
en el Fedón. En este diálogo el
maestro ofrece una razón nueva para buscar la pena de muerte: el cuerpo (soma) es la tumba (sema) del alma, en ese sentido la muerte se entiende como una
liberación del cuerpo. El filósofo debe desear la muerte como liberación lo más
pronto posible porque constituye, además, el único camino al conocimiento
verdadero.
XV. Cómo Sócrates hubiera podido obtener
fácilmente la absolución.
El
proceso contra Sócrates era contrario a la ley y a la tradición ateniense. En
una ciudad famosa por la libertad de palabra constituye una triste paradoja
acusar a un filósofo por ejercitarla: «Al procesar a Sócrates, Atenas fue
antiateniense, asustada por los tres terremotos políticos: el derrocamiento de
la democracia del 411 y del 404 a.C., y una nueva amenaza en el 401. Estos
acontecimientos ayudan a explicar el proceso de Sócrates, aunque no lo justifican.»
(p. 213). Es por ello que si Sócrates hubiera alegado en su defensa la libertad
de pensamiento y de palabra el jurado se hubiera inclinado a su favor. Pero
Sócrates no lo hizo ya que esa línea de defensa hubiera sido un apoyo a los
principios democráticos que despreciaba.
Si
echamos un nuevo vistazo a la acusación encontramos que los dos cargos del
proceso son extremadamente vagos: se acusa a Sócrates de corromper a la
juventud y de no creer en los dioses en que cree el Estado. Pero estas eran acusaciones
dirigidas a lo que dijo y no a lo que hizo.
El
cargo de impiedad, como decimos, resulta extremadamente vago. Sócrates consigue
que Meleto le acuse de ateísmo, pero en la Atenas del momento no existían leyes
contra el ateísmo. Stone nos muestra cómo el paganismo, a diferencia del
ateísmo, se caracteriza por su tolerancia, por la incapacidad de imponer un
dogmatismo rígido. Si los atenienses hubieran querido castigar a Sócrates por
ateo, lo hubieran hecho mucho antes, del mismo modo que hubieran tenido que
castigar a Aristófanes o Eurípides por su falta de respeto a los dioses.
La
acusación contra Sócrates no era por falta de fe en Zeus o en los dioses en
general, se le acusaba concretamente de la falta de fe en los «dioses de la
ciudad». ¿A qué se referían los atenienses con tal acusación? Para tratar de
averiguarlo, Stone nos lleva a la Orestiada
de Esquilo, una tragedia una tragedia en la que se nos habla de la venganza de
Orestes: para vengar a su padre, Orestes debe volver a su ciudad natal y asesinar
a su madre y a la amante de su padre. Stone está especialmente interesado en la
consecuencias políticas de esta acción, porque en esta obra «Esquilo convirtió
un antiguo mito en una celebración de las instituciones atenienses.» (p. 219).
Se trata de un triunfo de la voz del pueblo (vox populi) sobre la voz divina
(vox Dei). Para las divinidades encargadas del castigo de Orestes, las Furias,
el asesinato debía ser pagado con la sangre, pero en Atenas no son los dioses
los encargados de esa deliberación sino el juzgado reunido en Asamblea. La obra
de teatro ofrece de este modo un homenaje a dos divinidades especiales: «Son
Pito (Peitho), o la persuasión personificada como una diosa, y el Zeus
Agoraios, o el Zeus de la Asamblea, la divinidad tutelar de los debates libres.
Personificaba las instituciones democráticas de Atenas.» (p. 221). Ahora
comprendemos mejor el favor que Meleto hace a Sócrates al acusarle de ateo. Con
ello está evitando la verdadera acusación, la de no creer en las divinidades
democráticas de Atenas. Si en su defensa Sócrates hubiera apelado a Pito
(Peitho) y al Zeus de la Asamblea, el pueblo ateniense no hubiera tenido más
remedio que haberlo puesto en libertad.
XVI. Lo que Sócrates debería
haber dicho.
Existieron
muchas otras Apologías de Sócrates a
parte de las de Platón y Jenofonte, sin embargo casi todas se han perdido,
excepto la escrita por Libanio en el siglo IV a.C. En ella el autor nos
presenta a un Sócrates defensor de las libertades cívicas. Para el Sócrates de
Libanio Atenas se caracteriza sobre otras ciudades (en clara referencia a
Esparta) por apreciar más la sabiduría que el valor en la batalla. Según Stone
estas palabras nunca hubieran sido creíbles en la boca del verdadero Sócrates,
sobre todo cuando la ciudad había visto una y otra vez como él y sus discípulos
habían defendido el estilo de vida espartano y sus costumbres sobre las
atenienses.
Sin
embargo había otro frente abierto para Sócrates por el que pudo haber llevado
su defensa. Podía haber centrado su alegato en la libertad de expresión como
derecho básico de todos los atenienses. De haberlo hecho, la patata caliente de
la acusación habría pasado a manos del jurado: ellos eran los que estaban
castigando a alguien por expresar sus ideas, no por haber cometido un mal acto.
XVII. Las cuatro palabras.
Aunque
los atenienses gozaban de libertad de expresión, ¿podemos afirmar con
rotundidad que éste se trataba de un principio fundamental de gobierno para
ellos? Para averiguarlo Stone se propuso tratar de descubrir si los antiguos
griegos contaban en su vocabulario con alguna palabra para libertad de
expresión y nos dice que descubrió nada menos que cuatro, lo que muestra hasta
qué punto esta libertad de palabra era algo importante.
La
gran mayoría de ciudades griegas (excepto Esparta y Creta) tendían hacia la
democracia. Son incluso los mismos griegos los que acuñaron la palabra
democracia (demokratia) que nosotros
utilizamos todavía. Parece que etimología y política estaban estrechamente
unidos en el griego antiguo: en el transcurso de la lucha por la democracia más
de doscientas palabras compuestas que contenían la palabra isos (igual) se añadieron al lenguaje. Dos de las más importantes fueron isotes (igualdad) e isonomia (igualdad de trato ante la ley), otras dos hacían
referencia al derecho de libertad de expresión: isegoria e isología.
La
primera utilización de la palabra isegoria
se la debemos a Heródoto: «Heródoto empleó la palabra isegoria cuando explicó el papel heroico que los atenienses
desempeñaron en las guerras persas, atribuye su valor a haber conseguido isegorie (emplea la forma jónica), o sea
el derecho a hablar en la asamblea. Heródoto dice que el poder de isegoria fue probado por muchos casos de
valentía.» (p. 231).
De
algún modo los espartanos contaban con cierta democracia interna, pero no
contaban con libertad de expresión: «Existía el derecho al voto, pero no el
derecho a la libertad de palabra.» (p. 232). La Asamblea se limitaba a expresar
su opinión mediante un murmullo, como ocurría en tiempos de Homero. Del mismo
modo ocurriría posteriormente en Roma, donde las Asambleas populares eran
igualmente impotentes. En latín no existía una palabra para isegoría.
En
la Atenas del siglo V, el teatro contaba con mayor libertad de expresión de la
que ha gozado jamás en la historia. Es por ello que encontramos en los poetas
trágicos los otros dos términos que faltan de libertad de expresión con que
contaban los griegos antiguos. La tercera palabra para libertad de palabra la
encontramos en primer lugar en Las suplicantes
de Eurípides, una auténtica lección de democracia en la que se pone de
manifiesto, a partir de la historia de la petición de asilo por parte de unas
hermanas que sufren la persecución de unos cazadores de dotes, que el gobierno
legítimo descansa en el consentimiento de los gobernados. En esta obra
encontramos por primera vez una palabra compuesta derivada de dos raíces: eleútheros (libre) y stuma (boca).
Aunque
la Antígona de Sófocles sea siempre vista como una
tragedia centrada en el conflicto entre la ley del Estado y la ley moral, para
Stone también puede ser leída como un alegato a favor de la libertad de
expresión: su mensaje a este respecto es claro, el desprecio de un monarca por
las opiniones de su pueblo tiene consecuencias extremadamente trágicas.
El
cuarto término relativo a la libertad de palabra la encontramos en Eurípides, el más joven de los poetas
trágicos y el más preocupado por la libertad de expresión. Nos referimos al
término parrhesía que tiene dos
significados relacionados entre sí: «Uno era personal: franqueza o apertura. El
otro era político: libertad de expresión. Expresaba la imagen idealizada que de
sí mismo tenía el ateniense, la de un hombre libre acostumbrado a decir lo que
piensa.» (p. 237).
En
resumidas cuentas, Sócrates contaba con un amplio y variado vocabulario para
usarlo en su defensa, gran cantidad de elementos con los que dar la vuelta a su
acusación a avergonzar a los mismos jueces.
XVIII. La cuestión final.
Stone
se acerca al pasaje del diálogo platónico Critias
en el que Sócrates discute acerca de la libertad civil con las Leyes de Atenas.
En esa discusión aparece implícita una noción de contrato entre el Estado y el
ciudadano, pero rápidamente se pone de manifiesto que la relación entre esos
dos elementos es desigual: se trata de una relación entre amo (Estado) y
esclavo (ciudadano), algo que no se ajusta a la verdadera relación existente
entre esos dos elementos en la época de Sócrates: «Muy pocos atenienses del
siglo V a.C. se hubieran considerado esclavos del Estado. Una regla básica de
la democracia ateniense, como ya hemos visto, era que el ciudadano gobernaba y
era gobernado alternativamente.» (p. 241). La relación entre el Estado y el
ciudadano que está implícita en el diálogo no es una relación democrática sino
la de una tiranía.
Sócrates
hubiera podido alegar que si las Leyes rompen con el contrato al suprimir la
libertad de expresión, eximen de la obligación de obedecer. Pero haciendo esto,
Sócrates y Platón hubieran estado yendo en contra de sus propios principios:
para ellos la libertad de palabra era privilegio de una minoría inteligente y
no de una mayoría ignorante. De ese modo, para Stone Sócrates consigue ganar la
batalla final y, con su muerte, dejar una mancha imborrable en la democracia de
Atenas.
Is Pokémon an amazing game? , from the television series and a video game franchise based on fictional creatures called "Pokémon" that humans can capture, trade and train to fight. You need to know the types of Pokémon List by Names? , Medal lists? , Pokémon Leaders? , Pokémon Gyms? and much more.
ResponderEliminarEspero reunirme con él algún dia... Cuanto antes mejor 😁 Siempre que no sea de forma muy dolorosa (mi verdadero temor 😨)
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