Eduardo Nicol en su biblioteca personal. |
Eduardo Nicol
pertenece a una «generación perdida»
de filósofos españoles que vio cómo la Guerra Civil se interponía para dejar
una huella indeleble en sus vidas, en sus trayectorias, en su recuerdo; una
generación en la que podemos encontrar nombres tan importantes para nuestro
pensamiento como José Gaos, Juan David García Bacca, Joaquín Xirau, Eugenio Ímaz,
María Zambrano, etc. Una generación a la que poco a poco se la está empezando a
considerar en nuestro país (tarde como siempre, pero más vale tarde que nunca)
cuando ya habían dejado una huella notoria en otros países, especialmente en
Hispanoamérica. Este pequeño trabajo quiere contribuir, aunque sea de forma representativa, a ensalzar esta memoria histórico-filosófica
española tan relegada en épocas anteriores y de la que tanto beneficio cultural
(e incluso ético, me atrevo a decir) podemos sacar.
Breve reseña biográfica.
Nicol nace en Barcelona el 13
de diciembre de 1907, ciudad en la que pasará el primer tercio de su vida. En
la Ciudad Condal cursó estudios universitarios de filosofía con maestros como
P. Font i Puig, T. Carreras Artau, Serra Hunter y Xirau. Llegó a ser profesor
de filosofía en su universidad y director del Instituto Salmerón. La Guerra
Civil española interrumpió de forma drástica su vida académica, entró a formar
filas del Ejercito Republicano de la que incluso alcanzó el rango de teniente.
Hacia el final de la guerra recibe la orden de cruzar la frontera con Francia,
donde permanece un tiempo en el campo de concentración Argèles-sur-Mer. En mayo
de 1939 salió de Sete rumbo a México en el famoso barco Sinaia con otros muchos compatriotas.
En 1940 Nicol obtiene
la nacionalidad mexicana y un año más tarde se doctora en la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM) con la tesis Psicología de las situaciones vitales que, revisada, dará lugar a
su primer libro. Comienza a dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM (imparte los cursos de psicología, teoría del conocimiento, filosofía
griega y metafísica), y funda, junto con Eduardo García Máynez el Centro de
Estudios Filosóficos (que continúa hasta nuestros días [hoy Instituto de
Investigaciones Filosóficas de la UNAM]).
En 1969 es designado
profesor emérito de la UNAM y en 1986 se le otorga el Premio Universidad
Nacional en Investigación en Humanidades. En nuestro país recibe numerosos
galardones, destacan el doctorado Honoris
Causa por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1984 y el rey le concede
La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio en 1988. El filósofo hispanomexicano asistió
a numerosos congresos de filosofía e impartió cursos en Universidades de
Hispanoamérica (Guatemala, La Habana, Santiago de Cuba, Caracas, Santiago de
Chile, Buenos Aires, La Plata y Montevideo), de Estados Unidos (Columbia, Yale,
Boston, Wesleyan) y de Europa (Milán, Génova, París, Bruselas, Madrid,
Barcelona).
Eduardo Nicol muere a los
ochenta y un años el 6 de mayo de 1990 en Ciudad de México donde vivió como
mexicano y catalán, pensando siempre que ambas tierras forman parte de un
conjunto mucho más amplio: la «hispanidad».
La filosofía de Eduardo Nicol.
Vamos a distinguir con José
Luis Abellán dos fases claramente diferenciadas en el pensamiento de Eduardo
Nicol. La primera está comprendida entre 1941 y 1965, y tiene como puntos
culminantes de su pensamiento la obra de 1957 titulada Metafísica de la expresión y la obra Los principios de la ciencia escrita en 1965. Esta fase se
caracteriza según Abellán por su «movimiento ascendente». Esto quiere decir
(aunque Abellán sólo lo da a entender y no lo afirma de forma explícita) que la
segunda etapa que diferencia debe ser caracterizada por un movimiento
descendente. Pero no debemos entender a mi juicio ese «movimiento descendente»
como una pérdida de radicalidad en el pensar de Nicol (motivo por el que,
quizás, Abellán no se atrevió a usar ese término) sino que esta etapa se
caracteriza porque el filosofo hispanomexicano renuncia en cierta medida (ante
la crisis filosófica de nuestro tiempo) a la pretensión de sistematicidad que
su pensamiento intentó alcanzar en la primera etapa. Denominaremos a esta etapa
la fase del desencanto en alusión a la conferencia que Nicol pronunció en el
homenaje a toda su trayectoria intelectual en el Ateneo Español de México. De
esta fase podemos destacar principalmente las siguientes obras: El porvenir de la filosofía escrita en
1972, La reforma de la filosofía de
1980 y la Crítica de la razón simbólica
que vio la luz en 1982. Nuestra intención en este apartado será la de intentar
desarrollar este esquema para dar las claves del pensamiento filosófico de
Eduardo Nicol y su evolución a lo largo de toda su obra.
a) Movimiento «ascendente» de su filosofar: 1941-1965. Ya desde su primer
escrito en 1941, la obra de Nicol se presenta como un intento de reforma del
método fenomenológico. Este intento de reforma alcanzará su punto álgido en su
libro Metafísica de la expresión (sin
duda la obra más destacada de este primer periodo del pensamiento nicoleano). En
este trabajo el filósofo catalán ve la necesidad de restaurar la metafísica
como «ciencia primera», tal y como fue definida en sus orígenes. Esta
restauración se lleva a cabo a partir de la convergencia de la fenomenología
(Husserl, Heidegger) y la dialéctica (Heráclito, Platón, Hegel) dando lugar a
un giro radical respecto a la forma tradicional de entender la metafísica. Este
viraje fenomenológico conducirá al reconocimiento de que el objeto del saber
metafísico, es decir el Ser, no hay que buscarlo o desocultarlo porque está a
la vista y es objeto de universal evidencia apodíctica, precientífica,
preteórica y prefilosófica. Pensemos en ello porque es importante, Nicol
pretende con esto poner fin a la larga tradición que ha construido la
metafísica como el supuesto conocimiento de lo que está más allá de la realidad
visible y cambiante. Para Nicol el Ser es fenómeno, presencia visible.
Si es posible una episteme del ser, ésta tendrá que constituirse fenomenológicamente; pero con una fenomenología que mantenga la autenticidad ontológica del fenómeno mismo, que no suponga una zona del ser velada por el propio fenómeno ni proponga una elaborada ascesis intelectual para llegar a esa zona recóndita. Si el ser está a la vista, el ser, como tal ser, es objeto de una experiencia común.
A este giro de la
metafísica en general le corresponde un giro de la ontología del hombre, que es
definido por Nicol como «ser de la expresión». La definición del hombre como
ser de la expresión hace referencia a que su ser mismo, su «esencia», no es
algo que se oculte tras una manifestación sensible, es decir, esta definición supone
la disolución inmediata del dualismo alma y cuerpo o espacialidad y
temporalidad. La aprehensión del otro como hombre es inmediata como lo es, por
tanto, la comunicación ontológica interhumana. El ser de la expresión es, de
ese modo, ser de la comunicación, del lenguaje, y por eso el hombre por la
palabra, por el logos, puede aprehender y presentar el Ser. Esto supone un
cambio en el concepto abstracto de verdad, puesto que deja de concebirse en el
sentido tradicional de «adecuación» para pasar a entenderse en clave dialógica.
Se deja a un lado el esquema dual para pasar a adoptar la triada
sujeto-objeto-sujeto.
Dentro de este primer momento del filosofar nicoleano tenemos la obligación de tratar por los menos los aspectos más significativos de otra de sus obras capitales: Los principios de la ciencia escrita en 1965. En esta obra Nicol trata de adentrarse en la crisis de la ciencia contemporánea que, a su juicio, está basada en una crisis de sus fundamentos, de sus primeros principios. En ese sentido la crisis de la ciencia es una crisis de la metafísica puesto que ésta es la «ciencia de los primeros principios» como ya había quedado definida desde sus primeros momentos. Esta es una de las tesis principales del libro y del pensamiento de Nicol en general: metafísica y ciencia no constituyen mundos separados sino todo lo contrario, forman una unidad indisoluble. En ese sentido la crisis de la ciencia proviene de la crisis de la metafísica Pues bien, la ciencia hasta ahora se ha fundamentado sobre los principios de no contradicción y de causalidad, los verdaderos principios que propone Nicol son los siguientes:
4) El principio de
temporalidad de lo real. Todo Ser es cambio y todo cambio es temporal; tan
evidente es el Ser (está a la vista), como el cambio y la temporalidad. No
podemos convertir en problemas lo que son evidencias primarias, sino que
tenemos que partir de ellas.
En El porvenir de la
filosofía (1972) Nicol nos
enseña que la crisis que afecta a la filosofía no es simplemente una más de las
crisis a las que nos tiene acostumbrados, sino que esta crisis de la filosofía
tiene un calado de tanta profundidad que afecta a la posibilidad misma de su
existencia. Pero no sólo la filosofía está amenazada, sino que con ella están
en peligro de desaparición todas las «vocaciones libres» (la ciencia, las
artes, la mística, la política, las ciencias sociales, etc.). Pero, ¿cuál es el
elemento perturbador, qué constituye esa fuerte amenaza para la filosofía y las
demás vocaciones libres? El peligro está en el predominio actual de lo que
Nicol denomina la «razón de fuerza mayor».
¿A qué se está refiriendo concretamente Nicol cuando nos habla del predominio de la «razón de fuerza mayor» en nuestros días? Desde la antigua Grecia y durante una gran parte de la tradición occidental ciencia y filosofía se han concebido en principio como partes de una misma actividad. Esto supone que la episteme en todas sus modalidades se ha fundamentado en la disposición libre y desinteresada que busca el saber, que busca el conocimiento como un fin en sí mismo. Pero es esta equivalencia entre ciencia y filosofía la que cada vez más se va desvaneciendo desde la Modernidad hasta nuestros días debido al triunfo de la idea baconiana de la ciencia como «dominio» y con ella la sustitución de la búsqueda de la verdad por la búsqueda de la utilidad. Esta situación ha dado lugar a un auge sin precedentes de la técnica y un nuevo tipo de razón que Nicol denomina «razón de fuerza mayor» que está destinada no ya a dar razón sino tan sólo a responder a las necesidades de la técnica. Es este nuevo tipo de razón la que hace peligrar el porvenir de la filosofía y de otras vocaciones libres.
Esta reforma de la filosofía que Nicol pretende llevar a cabo, alcanza
su máxima expresión con la publicación del libro Crítica de la razón simbólica en 1982. Esta obra representa algo así
como una «biografía de ideas» que alcanza el carácter más elevado justamente
con la enunciación del carácter simbólico de la razón humana. Cuando Nicol hace
referencia a que la razón humana es simbólica nos está diciendo varias cosas:
hace referencia, en primer lugar, a su naturaleza constitutivamente dialógica,
comunicativa, interhumana, obra de lenguaje (logos); hace referencia en segundo
lugar a la capacidad de la razón para convertir en símbolo lo que en sí no es
símbolo; y se refiere, finalmente, a la capacidad de la razón para transcender
el orden de la pura materia. En el hombre y por el hombre la materia se hace
logos, se hace símbolo, sin dejar de ser materia ni reducirse a ella. Para
Nicol el ser humano es portavoz del Ser y este es el misterio que no pueden
resolver los monismos ni los determinismos.
Dentro de este primer momento del filosofar nicoleano tenemos la obligación de tratar por los menos los aspectos más significativos de otra de sus obras capitales: Los principios de la ciencia escrita en 1965. En esta obra Nicol trata de adentrarse en la crisis de la ciencia contemporánea que, a su juicio, está basada en una crisis de sus fundamentos, de sus primeros principios. En ese sentido la crisis de la ciencia es una crisis de la metafísica puesto que ésta es la «ciencia de los primeros principios» como ya había quedado definida desde sus primeros momentos. Esta es una de las tesis principales del libro y del pensamiento de Nicol en general: metafísica y ciencia no constituyen mundos separados sino todo lo contrario, forman una unidad indisoluble. En ese sentido la crisis de la ciencia proviene de la crisis de la metafísica Pues bien, la ciencia hasta ahora se ha fundamentado sobre los principios de no contradicción y de causalidad, los verdaderos principios que propone Nicol son los siguientes:
1) El principio de unidad y comunidad
de lo real. Para Nicol la unidad es un dato de experiencia, pues lo mismo
que nuestra percepción capta inmediatamente la pluralidad de los entes reales,
también es cierto que percibe en ellas una unidad, y que esta unidad es un dato
tan primario como el de la multiplicidad.
2) El principio de unidad y comunidad
de la razón. Lo mismo que la unidad de lo real no implica la uniformidad de
los entes que componen la realidad; la unidad de la razón tampoco conlleva su
uniformidad. La razón es la capacidad que los hombres poseen de pensar y
entender, el rasgo que más resalta en él, y con esto no sólo se afirma que
todos los hombres son racionales, sino que la razón humana funciona como
instrumento de comunidad.
3) El principio de racionalidad de lo
real. El principio de racionalidad de lo real está íntimamente vinculado al
de la racionalidad de lo real, pues sólo podemos afirmar que lo múltiple y
diverso constituye una unidad porque ésta está regulada racionalmente.
b) «La fase
del desencanto»: 1965-1991.
A
mediados de los años 70, Nicol se hace especialmente consciente de la crisis
que asola a la filosofía en el siglo XX. Esta toma de conciencia le lleva,
incluso, a modificar algunas de sus obras (como ocurre con la Metafísica de la expresión)
para presentarlas con una ambición sistemática muy menguada con respecto a su
etapa anterior. Es lo que hemos denominado como «fase del desencanto» en
referencia a la conferencia que pronunció en el Ateneo Español de México en 1989.
Vamos a estudiar tres obras principales como especialmente características de
este momento del pensar nicoleano, estas son: El
porvenir de la filosofía (1972), La Reforma de la filosofía (1980) y la Crítica de la razón simbólica (1982).
¿A qué se está refiriendo concretamente Nicol cuando nos habla del predominio de la «razón de fuerza mayor» en nuestros días? Desde la antigua Grecia y durante una gran parte de la tradición occidental ciencia y filosofía se han concebido en principio como partes de una misma actividad. Esto supone que la episteme en todas sus modalidades se ha fundamentado en la disposición libre y desinteresada que busca el saber, que busca el conocimiento como un fin en sí mismo. Pero es esta equivalencia entre ciencia y filosofía la que cada vez más se va desvaneciendo desde la Modernidad hasta nuestros días debido al triunfo de la idea baconiana de la ciencia como «dominio» y con ella la sustitución de la búsqueda de la verdad por la búsqueda de la utilidad. Esta situación ha dado lugar a un auge sin precedentes de la técnica y un nuevo tipo de razón que Nicol denomina «razón de fuerza mayor» que está destinada no ya a dar razón sino tan sólo a responder a las necesidades de la técnica. Es este nuevo tipo de razón la que hace peligrar el porvenir de la filosofía y de otras vocaciones libres.
La segunda
obra dentro de la trilogía que configura esta segunda etapa (el mismo Nicol las
configuró de esta manera) tiene por título La
reforma de la filosofía y fue
publicada en 1980. Nicol rechaza la postura heideggeriana que intenta dejar a
un lado la metafísica por considerarla una actividad que culmina en la ciencia
y en la técnica. Para el filósofo hispanomexicano la única forma de superar la
crisis actual está en la posibilidad de recobrar una forma de filosofar
originaria que nos lleve a sus mismos inicios en la Antigua Grecia. En ese
sentido, la reforma de la filosofía que propone Nicol sería algo así como una
depuración, una eliminación de impurezas que al filosofar se han ido adhiriendo
a lo largo de su discurrir histórico. La reforma ha de realizarla la filosofía;
es un problema de salvación, y si ésta se obtiene, no afectará únicamente a la
filosofía sino a todas las vocaciones libres, pues todas están por igual
comprometidas. La filosofía no puede eludir –nos dice Nicol– su responsabilidad
para con la comunidad humana.
Bibliografía.
- ABELLÁN, J. L. El exilio filosófico en América. Los transterrados de 1939. Ed. FCE, Madrid, 1998.
- NICOL, E., «La fase culminante del descontento», en Revista de Hispanismo filosófico, Núm. 4, 1999, pp. 47-60.
- SÁNCHEZ CUERVO, A., «Homenaje a Eduardo Nicol en su centenario», en Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad, Vol. 28, Núm. 112, 2007 (Ejemplar dedicado a: Eduardo Nicol (1907-2007): historicidad y expresión), págs. 18-23.
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